Mostrando entradas con la etiqueta Ficciones mínimas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Ficciones mínimas. Mostrar todas las entradas

Equilibrio

Caminas con un cierto ritmo, no diría bailable pero sí meneado; y además tus pasos tienen siempre una cierta tonada, una frecuencia regular que termina afinándose con los cláxones y los ladridos, los golpes de cincel y el freno con motor de los tráileres. Me traes la música, mujer, y me dejas el silencio cuando me besas la mejilla y te vas. Lo prefiero así a desgastarnos juntos entre estas paredes: no me quiero acostumbrar a tenerte siempre aquí, a escucharte siempre igual.

La regla

Engañarnos. Esa fue la base de todo, el código que legitimó ocho años de abrirnos heridas. Así se nos formó, en la de ver para otro lado, meter bajo el tapete la mugre, por eso nos pareció normal. Cuánto nos hubiésemos ahorrado con detenernos un poco y pensar; y reescribir la Carta no escrita. De haber explorado un cierto grado de sinceridad no tendría la jeta afligida de tanto gesto chismoso, signos delatores de mil tormentos.

Proeza

Le profetizaron el fracaso en cada proyecto, en sus relaciones, en cada intento por cambiar los hábitos dañosos. Se leía con toda claridad en las líneas de sus manos, la gitana apenas y entrecerró sus ojos de lechuza para desentrañarlo. Todo se cumplió, pero cada día, hasta el último, se dispuso a sumar pequeños actos, gestos ínfimos, emociones enemigas a su fatalidad. El compendio en apariencia inútil de todo ello le sirvió de mortaja al alma, tornó en cálido el gélido beso de la parca. Morir en paz, esa fue su gran hazaña.

Ganarse la vida

A veces, cuando camino por los lugares de todos los días, a las mismas horas, soy consciente de un pequeño roto en el velo de la rutina. Una rasgadura insignificante más bien, como la carrera de una media. Y me lleno de asombro y maravilla; y me colman las dudas: ¿de cuántos detalles preciosos, extraordinarios, estará hecha la vida que ya se me fue? De cuánto me he perdido por andar casi siempre distraído en “ganarme la vida” que será.

Portal

Sí me lo dijiste. Era de noche y venías por la carretera. Cabeceabas un poco, pero estabas lúcido. Lo que viste fue real, no un sueño. Una bruma anular, luminosa, purpurea. La carretera pasaba justo debajo de ella y tuviste miedo. ¿Cómo no? Ya sin esos fenómenos esa carretera es tétrica. Igual avanzaste, tu esposa te esperaba y no te podías desviar ni volver atrás. El resto es predecible, la criatura asomó su cabeza cuando estuviste a escasos metros, pero nunca me dijiste cómo era.

Rescoldo

Iba mucho a la cafetería del tulipán. Todavía servían el café en los jarros decorados con dibujos florales. También visitaba a la Negra, cuando aún caminaba por su cuenta. Y tarareaba el vals, el de ese baile en la quinta del sur. Reía a veces, cuando miraba las avenidas intrincadas; para él todas conducían hacia el norte de la ciudad, rumbo al fraccionamiento de las arboledas. Pero la pasión había cedido, el recuerdo al fin dejó de arder y ahora, toda la urbe era cenizas.

Extranjero

Ya tenía esperando bastante. Vi, con ansiedad creciente, llegar e irse a muchos. Y cuando me tocó el turno resultó que no reunía lo necesario. Deambulé entonces por calles multicolores, de cordones asfálticos amarillos y cebras peatonales blancas, de árboles con hojas anaranjadas. Y todo ese color matizaba más mi horizonte gris de apestado: mi destierro, mi exilio. Luego de muchas lunas y pan duro, de kilómetros y kilómetros andados, completé para el pasaje, con monedas que fui encontrando a cada paso.


hombre que camina lejos de casa

Foto por Ángel Aguilar

Memorias de un ciego

Bajó en un haz de luz, es hija del relámpago. Se hundió en la tierra y se asomó luego en las aguas del Río Ramos. Yo le vi la desnudez y eso me condenó a una noche perpetua. Hoy ya no se si su recuerdo es fiel retrato o una imagen deformada por el tiempo. 

Como a un libro abierto

Me soltaba las cuestiones más bochornosas con desparpajo y luego me leía con desfachatez la cara, yo juraba que me adivinaba en cada gesto el pensamiento y las emociones.

Cavernas subterráneas

Hay que caminar un rato por la vereda principal, hasta la casa que se sitúa justo antes de la “y”. Ahí el color de los tiestos derruidos se asoma por entre el verde ocre de todo el panorama. Baja por el camino cubierto de escombro y maleza junto al muro que da al acantilado, algunos 500 metros aproximadamente, y la verás, su entrada se eleva a más de 20 metros y se sabe que conecta con la cueva de los murciélagos, en un enmarañado cavernoso de cientos de kilómetros.

Ciclos borrascosos

Le tenía terror a la sensación, que imaginaba como una suerte de filo. Su tranquilidad se dejaba cortar en dos por ella sin poner la menor resistencia. Mutilada así su calma, pasaba horas en cama, la conciencia perdida en algún rincón de su mente, donde se ovillaba como un niño indefenso y maltratado. Luego una luz de esperanza floreteada se filtraba por algún resquicio de sus neuronas y volvía a salir, colérico, harto de ese juego sádico a que lo sometía su fatalidad.

Final predecible

Ella cometería la estupidez de confesarlo, yo ya lo sabía. Si te fijas bien ya se lo había dicho sin decirlo ¿calabazas? ¿pimiento? ¿Caldo de pollo? Muy raro ¿no? Apenas si lograba cocinar un huevo cuando todo comenzó. Pero yo ya sabía cómo iba a terminar. Ella había cambiado mucho y cuando alguien hace tantos cambios y el otro no lo nota ya vale queso lo que le digas, incluso confesarle una infidelidad, ¿o no? Eso sí, ella nunca se guardó nada. Por eso yo ya lo sabía.

Horma

Pasó por mi tienda hará un par de días. Se paró derecho en la entrada y me saludó, a mi se me vino a la mente un caballerito que se quita el sombrero e inclina la cabeza, pero apenas si hizo un gesto con la mano. Como preví, se dirigió al frigorífico e identificó su bebida antes de abrir la puerta: un Peper Blue. ¿Quién se mete eso hoy en día? Luego, al pagar, se rascó la cabeza con el dedo medio, cosa de un par de segundos, y dejó ver su perfil afilado antes de irse. Un figurín, como el papá. 

Declaración de Amaranta

Julieta no lo quería, se lo dijo Amaranta sin afán de ponerlo en su contra, sus afanes para conquistarla eran una vil pérdida de tiempo. A ella en cambio le fascinaba su fachada de perdulario, la idea que daba de vicioso y mujeriego, y le fascinaba precisamente porque en el fondo era todo lo contrario: un soñador, un solitario, un idealista. Julieta no sabía eso, qué iba a saber si la mitad del tiempo se la pasaba viéndose en el celular.  Amaranta en cambio.

El cañón de las sirenas

No le dio vértigo mirar hacia abajo. Eso era de verdad extraño, porque incluso la subida a un puente peatonal siempre le había costado mareos y ansiedades. Probó de nuevo que la cuerda estuviera bien sujeta y adelantó un pie, pero el vacío le llamaba, le endulzaba el estómago con una cosquilla seductora para que inclinara siempre un poco más el cuerpo. Era de verdad muy extraño porque ahora hasta sentía que la cuerda le estorbaba. Si no lo ve el guía se habría quitado el arnés y se habría lanzado sin pensar. 


Luis Cerceta

Pasado presente

Irónicamente su reposo consistía en un férvido recuerdo invernal, un rompecabezas hecho de jirones astrosos y mal definidos que sin embargo eran capaces de encajar, con sus ínfimos remates, cabos y ribetes, en una totalidad; un sistema desvaído y patinado que se reducía todo a ella.

Descansaste

Caminaste la última vez por el boulevard, de nuevo ajado por la señora del abarrotes. Apañaste el hueso que ya no pudiste roer, quedó prendido a tus mandíbulas luego de pasarte encima la parca el peso de un tres y media toneladas. Luego fuiste bulto en la carpeta asfáltica, masa putrefacta en ese duro cementerio, último lecho de gatos, ratas, aves, perros, todos tiesos.

Hábitos - microrrelato

Ya no desayuno en casa, ni enciendo cigarrillos después de cada comida. Casi siempre leo las noticias en el periódico de la taquería la Perla, de donde salgo informado y lleno, listo para comenzar la jornada, que casi siempre termina con los espasmos y los borborigmos. Ya mi cena no es tan abundante, pero sigo bebiendo café a las 22. Nunca me ha quitado el sueño.

Donjuán - microrrelato

Le soltó el me fascinas con la mueca adorable que ella le conoció la primera vez que salieron, cuando le abrió la puerta y le dijo que se veía hermosa. Pero él sabía su oficio, sus trucos, conocía sus virtudes para llevar a cabo sus metas lúbricas. La mueca la volvería a usar, junto a muchos otros recursos, confite odioso del desengaño, cuando le dijera que se iba, que lo mejor sería no volver a verse.