Le tenía terror a la sensación, que imaginaba como una suerte de filo. Su tranquilidad se dejaba cortar en dos por ella sin poner la menor resistencia. Mutilada así su calma, pasaba horas en cama, la conciencia perdida en algún rincón de su mente, donde se ovillaba como un niño indefenso y maltratado. Luego una luz de esperanza floreteada se filtraba por algún resquicio de sus neuronas y volvía a salir, colérico, harto de ese juego sádico a que lo sometía su fatalidad.
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