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Paranormal # 2

 


Era la gran noche, mi compa me había hablado de ella: toda luz se apagaría, incluso la de las estrellas, solo perduraría una tenue fosforescencia emanada de las plantas.

Era la gran noche, el apagón me agarró cuando regresaba del trabajo, el celular en la mano se me murió, la oscuridad se me pegó a todo el cuerpo como una manta húmeda y no pude divisar nada sino hasta que mis ojos pudieron acostumbrarse a la tenue luz magentosa. El silencio era igual de sólido, parecía que tuviera dos manos oprimiendo mis orejas, solo percibía una especie de sonido sordo, como si estuviera bajo el agua.

Entre la tiniebla y el silencio me apresuré a casa. Una sola cosa me importaba: mi abuela, mi madre adoptiva, la mujer que me crio y me entregó su tiempo.

Conforme avanzaba un sentimiento de tristeza se apoderó de mí, me daba cuenta que, si lo que mi compa me había dicho era cierto, ya nada sería lo mismo, y toda la humanidad sucumbiría ante las sombras. "Las sombras" decía, y el terror le deformaba las facciones. Yo tuve que hacerme una idea de las mentadas sombras a partir de esas muecas amorfas, porque nunca quiso describírmelas.

El aire se me fue cuando vi la puerta de mi casa abierta, expuesta sin más a los peligros de la gran noche. Entré y las lágrimas se me salieron cuando vi a mi viejecita sentada en el sofá, con su expresión ausente, como en estado catatónico. La sacudí con delicadeza, le pedí que me hablara, pero no respondió a ningún estímulo. Y si antes sentía tristeza ahora me doblaba la desesperanza y el vacío. Mi vieja, la mujer más devota a la virgen, a los santos, la más estricta observadora de los ritos sacros, no me podía dar el consuelo que necesitaba entonces. Terminé pues de reafirmarme en mi ateísmo y me senté aterrado junto a ella, esperando a lo que fuera que el destino hubiese prescrito que cruzara nuestra puerta.

Un viento comenzó a silbar afuera e hizo batir las puertas en sus marcos de aluminio; las ventanas temblaban en sus rieles y mi desconsuelo pasaba de la angustia hacia el terror. Junto a un olor putrefacto me llegó el rumor de una letanía incomprensible, mascullada, aguda, abundante en erres violentas, golpeadas, trituradas entre dientes que adiviné hórridos, afilados de odio. Al cabo mis ojos pudieron contemplar una figura esbelta, avanzando como a tientas en la oscuridad. Las fosas de su nariz afilada se henchían, devoraban el aire en busca seguramente de mi olor. Su piel era completamente blanca, arrugada y flácida en algunas partes; no tenía ojos ni orejas, pero parecía verme con claridad en esa la gran noche; me increpaba en una lengua que no reconocí y se acercaba cada vez con más seguridad. Pronto el tono agudo fue quedando atrás, la voz se le volvía rasposa y grave a cada uno de sus pasos torpes. El pavor me venció, me paralizó y comencé a gritar, todo el desconsuelo cabía en mis alaridos, suplicaba y le pedía a mi abuela que despertara, que me echara una bendición con sus manos arrugadas y tibias, que hiciera algo para que se fuera esa horrible sensación de espanto. Pero lo único que logré fue enloquecer a la criatura, que comenzó también a gritar con una voz infernal, arremedando mis ruegos, pero a la vez burlándose, ensañándose en mi pena. Así, entre risas y gritos, llegó hasta el sillón y trepó sobre mí, sostuvo con sus dos garras mi cabeza y abrió sus babosas fauces, estrellándome sus carcajadas en la cara. Desde la negrura de su hocico emanó una lengua serpentina, que comenzó a restregarme una baba apestosa en todo el rostro. A esa altura yo quedé rebasado, mi conciencia cedió y no supe ya de mí.

Cuando desperté había "amanecido", parecía un día gris, lleno de niebla, frío. Mi cabello se había vuelto blanco y junto a mí yacía el cadáver de mi vieja. Tenía una expresión serena, como si hubiese muerto en paz. Luego de llorar su pérdida, abrazado a su cabeza nevada, me asomé a la ventana. Oía alaridos y llanto por todas partes. En las alturas, colgados como cuerpos en la horca, había mujeres y hombres retorciéndose de sufrimiento. No pude ver de dónde pendían porque la niebla lo impedía, pero oscilaban gracias a un viento gélido que lo envolvía todo. Pronto supe que en realidad no había amanecido, la luz que creí del día emanaba de cuatro fuentes gigantescas en el cielo. Quise asomarme, sacar mi cabeza por la ventana, pero una especie de muro invisible me lo impedía. Calculo que llevo el equivalente de un par de días encerrado en mi propia casa y he caído en la cuenta de que, tal vez, la gran noche no es más que la invasión de criaturas extraterrestres, que muchos han muerto en el primer contacto y que algunos otros hemos sido capturados. Deduzco pues que soy un prisionero marcado por la asquerosa lengua de una criatura sobrenatural para vaya a saber qué fines. El tiempo y un resto de voluntad apenas me han alcanzado para escribir estas breves líneas, si alguien las encuentra, sepa que mi nombre fue…

Paranormal # 1


E
ra de noche, pero no muy tarde. Trabajaba frente a mi computadora de escritorio en la habitación de arriba. Tenemos dos hijos, una niña de cuatro años y un bebé de uno, y todo el tiempo llenan la casa con sus vocecillas. Esa noche podía oír a la pequeña abajo, jugaba con una vecinita mientras mi esposa platicaba con su mamá en la sala.

                Como ya dije, trabajaba frente a la pantalla, era la única persona en la segunda planta, pero sentía que alguien me miraba desde la oscuridad del pasillo. Me levanté y, efectivamente, vi una figura de espaldas, delgada y alta, cargando algo en sus brazos, justo afuera de la habitación. No podía ser otra persona que mi esposa, supuse que habría subido por algo. Le iba a hablar cuando noté que, cosa increíble, la figura frente a mí no se apoyaba en el suelo, más bien levitaba. Agucé el oído, mi mujer platicaba en el piso de abajo muy alegremente. ¿Qué cosa tenía ante mí entonces? Antes de atinar a contestarme nada la entidad avanzó hacia las escaleras, alejándose de mí. Decidí acercarme a ella con sigilo, para tratar de asirla y averiguar sus intenciones, pero un detalle me hizo alterar el plan: reconocí en el bulto que llevaba en sus brazos a mi bebé de un año. Me abalancé entonces con violencia, ya sin miramientos, y le arrebaté al niño. Tropecé y casi fui a dar al suelo, resbalando por los peldaños. A la altura del descanso, cuando ya había recuperado el equilibrio, las luces se encendieron y me encontré con la ligera carga del bebé en mis brazos, sus manecitas aferradas a mis hombros; pero nada más, de la entidad delgada no veía rastro.

                Al oír el ajetreo mi esposa había encendido la luz. Me preguntó si todo estaba bien, había asustado a todos abajo con el escándalo. Fui descendiendo de espaldas a ella, no quería quitar el ojo del piso de arriba porque temía que el intruso siguiera ahí. Al llegar abajo, aún concentrado en la escalera, le dije a mi cónyuge que tuviera cuidado, que había alguien en la casa y que lo mejor era salir, que debíamos llamar a la policía para que la registrara. Cuando finalmente la miré me petrifiqué, ella tenía en sus brazos a mi bebé, y abrazada a sus piernas me miraba mi niña. ¿A quién entonces traía cargado yo? ¿Qué era ese ligero peso que se apretaba a mí con una fría delicadeza? Cuando lo aparté violentamente ya no tenía vida, no era más que una sábana y ropa de mi niño echa bola en mis manos. Las caras de mi vecina y mi esposa no cabían del asombro. ¿Qué carajo me había sucedido?

                Desde entonces ya no he podido conciliar el sueño, y se ha corrido la voz de que estoy perdiendo el juicio. Poco a poco mi vida se ha visto encandilada por una luz blanca y mortecina que lo inunda todo, una niebla que me empaña cada vez más la vista.  



twitter.com/LuisCerceta

La bestia - una historia de terror

 

un zombi camina por una calle oscura


Recuerdo a Saúl y su acoso. Cuando regresaba a casa, era de ley, siempre debía estar atenta a los rincones oscuros, donde solía esconderse para espiarme. Ya tenía semanas de no tomarme fotos, pero en ocasiones aparecía un mensaje en el cofre del coche del vecino, dibujado en el polvo, y yo debía voltear para todas partes y cerciorarme que no anduviera por ahí mirándome. 

    De él debo decir que, a pesar del incomodo, me parecía una buena persona, tal vez un poco trastornado y desvalido, me transmitía con sus ojillos evasivos un dolor interior muy profundo, no sé, como si le hubieran hecho algo muy feo. Por esa razón nunca creí necesario denunciarlo.

    Por otro lado, está Chebo, como yo le decía. Este se me apareció primero por la esquina de la cuadra de atrás, entre la hierba crecida del terreno en venta. Era ya de noche y no le pude ver el rostro, pero sentía su mirada. Me provocó esa vez una sensación fría en todo el cuerpo, un miedo que no había sentido jamás. Otra tarde me sacó el susto de mi vida cuando trataba yo de abrir la reja de mi casa, estaba oscurísimo y no había luz mercurial, como casi siempre. Traía yo la cena en una de mis manos y trataba de maniobrar con la otra para abrir el candado cuando sentí de nuevo su presencia. La impresión me dejó en shock, aunque ni siquiera pude ubicar desde dónde me espiaba. Se va a escuchar increíble, pero mi miedo no era el que usualmente siento cuando alguien me acosa. Siempre he sido capaz de distinguir cuando me desnudan con los ojos, cuando les hierve la sangre por tocarme el culo, pero en esa ocasión no era eso. Ante Chebo siempre me sentí desnuda del alma, no sé cómo decirlo, me venían unas ganas súbitas de encontrar consuelo espiritual, había algo frío en el ambiente cuando se aparecía. Al fin pude salir del shock y me apresuré a quitar el candado con ambas manos, dejando en el suelo mi cena.

    Esa noche sí marqué a la policía. Mandaron una patrulla a dar un recorrido por la cuadra y luego de un par de horas el agente me dio el pormenor de su infructuosa búsqueda: ahí afuera no había nadie.

    Días después la cosa dio un giro. Era muy de mañana, todavía parecía de noche. Me dirigía a la ecovía cuando vi de reojo una silueta. Crucé la acera para alejarme de ella y creí haberla perdido. Más adelante se me apareció de nuevo, parada en uno de los cruces más tenebrosos de la colonia. No se movió salvo para encender un cigarro y recargarse en el muro. Mis alternativas eran muy pocas: vivo sola, todo está muy caro, tengo deudas, no podía siquiera pensar en llegar tarde al trabajo. Claro está que por sobre todo eso la vida es mucho más preciosa, pero a una la educan para no darle prioridad: la lucha por la vida es lo urgente; la vida misma puede esperar o se puede dejar en el camino si es necesario. En fin. Esa mañana, cuando estuve ya a la altura de la silueta, pude establecer un par de cosas: era un hombre y tenía toda la intención de asaltarme. De nada me sirvió acelerar el paso, el tipo se me abalanzó y me sometió con una navaja apuntando a mi cuello. En el oído me susurró que tenía suerte, mientras me apretaba con una de sus manos el pecho. Si gritaba, decía, ya sabía dónde iba a enterrar la navaja. Me lamía la oreja el maldito asqueroso cuando escuchamos una voz gutural y muy profunda a unos metros de donde estábamos. Chebo se acercaba de una manera apresurada, berreando y arrastrando uno de sus pies, alzando los brazos hacia el frente. Parecía ansioso de alcanzarnos, pero era obvio que no podía ir más rápido. El bestia que me había sometido me soltó y huyó despavorido, ni siquiera trató de enfrentarlo. Como la noche frente a mi barandal, yo me quedé un instante en shock, viendo cómo en la oscuridad Chebo se acercaba cada vez un poco más hasta tenerme al alcance de sus brazos, pero no parecía interesado en mí, siguió de largo tras el lacra de mi agresor.

***  


   Podrás leer esta historia completa en Tentacle Pulp, con el título de Bestia Urbana




Las Cartas o el Adolfo poeta - cuento de un hombre enamorado

hombre-abandonado-por-amada

 ANTES QUE NADA

Esta podría bien llamarse una historia de amor, aunque si he de ser sincero yo ya no sé qué es eso. Creí tener alguna vez la idea, pero hoy por hoy me parece un término muy nebuloso. La verdad no sé ni cómo empezar, los acontecimientos se dieron de tal manera que no pueden contarse linealmente. Igual haré mi mejor intento, y les pediré paciencia y comprensión, ya que yo no soy escritor, sino ingeniero. 

El Loco - Nuevo Ebook


1
Primera llamada

Adquirí el coche apenas estuve en posición de poder hacerlo. Más por el goce de adquirirlo que por ser un petrolhead. Qué mayor goce para un hombre trabajador, soltero (aunque con novia) y exitoso (aunque ahora terriblemente endeudado). El coche era para mí solo una promesa de lo bueno que vendría después: roadster, llantas BBS, asientos de piel y un motor que tiraba hasta los 180 caballos de fuerza. Por fin había dejado la etapa del cupé viejo y semidestartalado, comenzaba la de un nuevo yo.

            En el feis todo mundo le dio laik a la foto. Personas que ni siquiera recordaba haber agregado me felicitaron y me desearon la feliz resolución de todas mis metas. Hasta mi hermana, que jamás interactuaba conmigo, me dijo que me quería, que cada vez me veía más como el hombre que estaba destinado a ser.

Hoy andamos regalando nuestro cuento La espera, que relata la historia de Susana, la chica que Dante quiso en secreto desde la preparatoria. Aunque el grado profesional los separa la casualidad los reencuentra muchos años después, entonces se abre la posibilidad de un acercamiento entre los dos, pero la llegada de Marco a sus vidas los llevará por senderos extraños y lo complicará todo.

Mándanos un correo a info@ntficciones.com o un inbox por nuestra página de facebook  y te enviaremos el cuento como libro digital, sin necesidad de que nos des nada mas que un saludo.

Esta es la edición especial gratuita de La espera, hecha para que role en las redes sin más restricción que la de no querer compartirlo alguien. 

Saludos y a leer!!

relato urbano paranormal la espera

Don Nicanor el panadero - un cuento corto de terror


chevy malibu del cuento de terror del panadero

Si me lo hubieran contado no lo creería. Pero me sucedió a mí y ahora no puedo negar que exista.
                La colonia es una de las periféricas al centro de Monterrey, cerca del parque fundidora. Yo tenía viviendo ahí poco más de un año, entre vecinos de avanzada edad, en un ambiente tranquilo y hasta solitario. Mi relación con los habitantes de esa calle nunca fue más allá del saludo amable y charlas acerca del clima.

                Todos eran muy reservados, pero nadie como Doña Elenita, que tenía un hermoso jardín en donde las demás casas tenían la cochera. Helechos, Sábila, Geranios, de todo parecía cultivar ahí la solitaria ancianita. Dedicaba especial cariño y atención a unas flores extrañas, de muchos colores, que crecían a lo largo de una jardinera de concreto ubicada junto al muro del edificio contiguo.
                Nunca supe el nombre de la variedad de esas florecillas; muy bellas, por cierto.
                La primera vez que escuché al panadero me dio risa la melodía. No era la típica de El panadero con el pan de Tin tan, ni la del “Oso polar” de Massore, muy común en los fraccionamientos de la parte norte de Monterrey; era un bolero del año del caldo, me recordó a la versión de “Si tú me dices ven” de los Panchos, pero hablaba de Pan y a una sola voz grave. El estribillo decía algo así:

“Si tú quisieras, ah
Si tú pudieras, ah
No faltaría en tu mesa el pan”

                Cuando salí se escuchaba aún la melodía, pero no veía al panadero, tal vez andaría en la cuadra de atrás, pensé. Esperé un rato y al percibir que la canción se alejaba me metí a casa.
                La segunda ocasión yo cerraba la puerta de la calle cuando pasó. Iba en un Chevy malibú negro, del 80 (mi abuelito tenía uno de esos), con un altavoz viejo en el techo. El conductor era un hombre de algunos 60 años, moreno y con unas ojeras bien marcadas; traía una camisa a cuadros bien ochentera y me pidió la fecha. Yo le contesté que era 20 de marzo de 2016, y cuando le pregunté por la variedad de pan me dijo que ya no le quedaba.
                La tercera ocasión tampoco traía pan, y me volvió a preguntar por la fecha, pero agregó con una mirada triste: “yo vivía aquí antes”, “yo vivía por aquí”.
                Muy raro el hombre.
                Luego de algunos días pasó su competencia, el que trae la canción de Tin tan. Al salir ya estaba ahí Doña Elenita acaparando las yolandas. Luego de saludarla, y mientras esperaba mi turno, pregunté al señor panadero si conocía a su colega del Malibú negro. Le di seña de cómo vestía, la canción con que se anunciaba y que nunca traía pan. El Don no tenía idea, según él su única competencia era la Suburban que traía la del Oso polar en el altavoz, pero ese no pasaba por ahí. Lo extraño fue la reacción de Doña Elenita, que me peló los ojos y dejó de escoger su pan. Me miraba como esperando a que dijera yo algo más.
                —¿Usted lo conoce? —le pregunté.
                Doña Elenita no me contestó; sacó su monedero, pagó y se fue sin despedirse, parecía hasta molesta. El Don y yo nos miramos perplejos ¿Cómo íbamos a saber las razones macabras de la viejecita?
                Después de ese encuentro no pude conciliar el sueño durante muchos días. Me despertaba en la madrugada siempre con la sensación de ser observada por alguien, sentía una presencia hostil que atribuí a pesadillas, ansiedades y pensamientos obsesivos. Mi trabajo es muy demandante y ya había pasado antes por lapsos de agobiador insomnio. Cuán equivocada estaba.
                La madrugada del 15 de junio me desperté ante una escena horrorosa: Doña Elenita se trataba de meter por mi ventana con un cuchillo cebollero en la mano; ya con medio cuerpo adentro, una de sus piernas pisando mi cama, me dirigió una mueca poseída de odio. Me maldecía y juraba que iba a acompañarlo, que no tardaría mucho en estar con él.
                No entendía yo nada, simplemente me levanté y corrí por el pasillo hacia la puerta de salida. Era tal mi terror que di con mi hombro en el filo de un muro y caí, golpeando con mi cabeza en el suelo. Si no perdí el conocimiento fue seguramente por la adrenalina. Volteé mi cuerpo y pude ver en la oscuridad, con mucha dificultad, la silueta de la anciana que se aproximaba, con un brillo en los ojos que en esa penumbra no sé de dónde le venía. De puta no me bajaba e insistía que “ya lo iba a acompañar si quería”, y que “el secreto sería de los tres”. Yo seguía sin entender nada. Hice un último esfuerzo y me arrastré hasta el sillón pegado a la ventana principal, quería gritar hacia afuera a quienquiera que pudiera ayudarme. La anciana me alcanzó y con el cuchillo empuñado alzó ambos brazos, estaba a punto de dejarlo caer sobre mí cuando se escuchó afuera la melodía del pan, la del Malibú.
                Yo estaba aterrada, cubriéndome con las manos el pecho, donde pretendía la vieja clavar el cuchillo, pero a ella pareció congelarla el sonido de la canción.

“Si tú quisieras, ah
Si tú pudieras, ah
No faltaría en tu mesa el pan”

                De pronto comenzó a gritar, arrojó su arma a un lado y se arrancaba los cabellos de desesperación, se levantó y comenzó a golpear la puerta, quería salir, pero estaba cerrada con llave. “Que se largara”, gritaba, “que se largara con su canción infernal”. Y yo no alcanzaba a salir de mi estupor; veía, pero no veía la silueta del coche a través de la ventana, o el megáfono en el techo; oía, pero no oía el griterío de la anciana, los golpes contra la puerta ni la melodía del panadero cada vez más rebajada, casi diabólica. Por fin me sacó del shock la asfixia que comenzó a padecer la vieja, perdió el equilibrio y cayó al suelo, con sus manos presionándose el pecho, como queriendo sacarse algo de ahí adentro. Percibí que la respiración le faltaba y mi instinto me obligó a tratar de ayudarla, marqué al 911 y salí para pedir auxilio, pero a esa hora no había nadie despierto y el panadero se había esfumado.
                Fue la hora más larga de mi existencia, al fin llegó una ambulancia que se llevó a la anciana aún con vida. El horror había terminado, pero quedaron un montón de dudas.

           
Puedes encontrar el cuento completo en Ni tan ficciones



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Serafín: cuento de un asesino

“You'd better close your eyes
Ooohhhhhhh bow your head
Wait for the ricochet”
Deep Purple - Child in Time

Año 2010. En las noticias era el violador motorizado, Mariana y yo lo llamábamos Serafín: un maldito asesino de mujeres que, luego de seducirlas en algún bar de la ciudad, las brutalizaba y abandonaba en brechas, donde se confundían con las víctimas del crimen organizado.
Nosotras, que desde entonces supimos que debíamos estar unidas, sabíamos cómo era: iba siempre vestido de cuero negro, con una flor azul prendida en el brazo, un mechón de pelo rubio le colgaba tras el casco y ponía música del Cártel de Santa cuando cometía sus atrocidades. Muchos colectivos de mujeres se cansaron de levantar denuncias, pero nunca las atendieron con la seriedad debida.
Los malditos decían que si esas chicas habían terminado así era por que daban pie a ello. Los moderados alegaban que cómo se nos ocurría salir por las noches con un bruto semejante rondando las calles.

AMOR Y BARRAS BRAVAS - un cuento de amor prohibido que te hará llorar

cuento de amor trágico y prohibido



Conocí a Javi y a Fredy en el panteón, ambos batos rondarán los 30s. Cada año coincidimos dado que yo voy a dejar flores a mis abuelos, que en paz descansen.
Lo que me llamó la atención de ellos es que parecen ser buenos amigos. Esto no debería ser raro, salvo el detalle de que Javi tiene el tatuaje de los Adictos en el hombro, la barra Rayada de la Renacimiento, y Fredy lleva el de los Lokos, la barra Tigre de la Orizaba.
Para quienes no estén al tanto, ambas barras se odian con todo el hígado. Aunque ya no tanto como antes, en que hasta hacían ritos violentos que involucraban darse a madrazos los unos con los otros.
Fredy y Javi me contaron que desde aquellos días se volvieron promotores de llevársela tranqui; de que ambas barras se puedan ver y dar la mano y que su apoyo a los equipos sea más festivo que violento.
Pero no siempre fueron así. He aquí lo que marcó su historia.


LA RIÑA

Todo comenzó con la iniciación de Javi, hará algunos 7 años. Para obtener su tatuaje rayado y ser parte de los Adictos, un hincha debía tener un padrino dentro de la barra, vencer en una pelea cuerpo a cuerpo a un rival y quitarle su camiseta.
Esa tarde los adictos se metieron a la Orizaba por la calle sopladores. Sabían que a esa hora el Pelón, de los Lokos, chateaba en el ciber de Don Riky. Tres adictos lo sacaron a la calle, donde Javi esperaba para aventarse el tiro uno a uno.
El Pelón agarró onda de volada, vio a Javi y se burló porque Javi estaba entonces bien flaco, no que el Pelón, que estaba bien mamado. A parte era bueno pa los putazos. Besó el escudo del equipo tigres en su camiseta y se puso en guardia.
Javi se le dejó ir con todo, pero el Pelón lo sentó de un chingazo bien puesto. Los Adictos, que rodeaban a los contendientes, pensaron que ya había valido madres. Pero Javi se paró como si nada. El bato era y sigue siendo “igual de duro que un clavo”, como Brad Pitt en la peli de Snatch.
Para no hacer largo el cuento, Javi aprovechó la confianza excesiva del Pelón y de un movimiento certero lo tumbó. Para mala suerte del tigre, su cabeza dio con la orilla de la banqueta y quedó casi noqueado; dos tres chingadazos que le ajustó Javi ya en el suelo bastaron para dejarlo fuera de combate.
Alan, que era el padrino de Javi en la barra adicta (un güey de greña larga y quesque argentino), le pasó unas tijeras a Javi para que le quitara la lima al Pelón. Estaba en eso el rayado cuando Pelón, con lo que le quedaba de fuerza, lo mordió en la mejilla. Tuvieron que meterse todos para desprenderlo porque Pelón lo prendió cual tigre, y aunque Javi le dejó ir las tijeras por un costado Pelón le terminó arrancando un buen trozo de cachete.
Los adictos se ensañaron en serio; no les bastó la enfierrada, le dejaron caer una lluvia de patines entre todos, le reventaron una piedra en la cabeza y lo encueraron antes de salir corriendo.
El cuerpo inerte de Pelón quedó tendido en el suelo, cuasimuertoenpelotas.

LA HERMANA

Ese mismo día, ya por la noche, Alan acompañó a Javi a su casa. Más que nada porque Alan quería saludar a Sara, la hermana de Javi.
Cuando llegaron ella preparaba un sándwich.
Era Sara una morrita muy hermosa. Morena, de largo cabello quebrado, con un cuerpo firme y exquisito a la vez. Alan la pretendía descaradamente, aunque con respeto. Se le acercaba cada que podía para cortejarla. Javi se quedó jugando Xbox mientras Alan le decía a Sara cosas que la hacían reír. Se diría que Sara le daba también entrada con miradas coquetas y provocativas.
Le pidió ayuda para que sostuviera un refresco mientras ella llevaba los sándwiches en un plato. Se dirigió a su cuarto y Alan, tras ella, pensó que esa noche era ya por fin su noche. Pero ya en la habitación, una vez que ella abrió la puerta con la mano libre, le quitó el refresco y se despidió; prácticamente le cerró la puerta en la jeta a Alan.
Aunque este ya sabía a qué atenerse con Sara, porque casi siempre lo bateaba luego de coquetearle, sintió gacho en el orgullo esa vez. Dio media vuelta y le dijo a Javi que ya era hora de irse. Este apagó el xbox y ambos salieron de la casa.
Pero Sara tenía un secreto. Apenas constató que estaba sola, abrió la ventana de su cuarto para que entrara Román. Ese sí su amor, su amante, su novio prohibido.

ROMÁN

Y he aquí el último personaje de este cuadro trágico. Román era un bato carismático, macizo y de algunos 20 años. Leal y sincero, trabajador y artista (hacía maquillaje FX para una casa productora de cine). Sara lo quería de a devis. Solo que no podía quererlo de forma oficial porque algo en Román la cagaba grandemente: vivía en la Orizaba y llevaba el tatuaje del equipo Tigres en su brazo derecho.
Solía Román escabullirse por la ventana de Sara en las noches y a ella siempre le divertía quitarle heridas falsas: mordidas de zombis, vísceras putrefactas, nervios a flor de piel que Román bien sabía recrear con látex. Pero siempre, era de a ley, se agüitaba al verle el tatuaje de Tigres, que no se podía quitar con salivita.
Esa noche Sara le pidió por vez primera que la sacara de ahí, que se la llevara a vivir lejos de toda esa violencia y que abandonara a los Lokos. Cada vez le daba más miedo que Javi, Alan o alguien de la otra hinchada los pudiera descubrir.
Román sí lo hubiera hecho, cualquiera lo podría jurar, porque la quería incluso más que a su barra.

LOS LOKOS

Estaban los Lokos afuera del hospital universitario, todos agüitados por su camarada el Pelón. Román saludó a cada uno de abrazo y casi la mayoría se alegró de verlo; sólo Fredy lo miró enojado. Lo separó del grupo y lo cagó porque se estaba sordeando, ya llevaba días que no caía a la base. Pero lo cagó más que nada porque (al fin su mejor amigo), sabía por qué se estaba sordeando.
Fredy le dijo que debía tener cuidado, ahora que Javi había dejado medio muerto a Pelón, debía cuidarse el doble para evitar que nadie se enterara de su relación con Sara, por el bien de Román y por el bien de ella. Y la peor noticia, la barra de Lokos quería a Román para desquitarse, para partirle en su madre a Javi, con fierro de por medio.
Román hizo como que entendía, como que aceptaba y preguntó por Pelón para cambiar el tema. Fredy le informó que Pelón se la rifaba en ese rato entre la vida y la muerte. Que estaba aún en terapia intensiva y que el Dr. le dijo a la familia que, cuando despertaba, parecía que lo único que le dolía era verse despojado de la lima.
     Esa misma tarde los Lokos se metieron a la Rena por la magnolia. Con Román y Fredy al frente. Patearon a todos los que se les atravesaron; volcaron muchos botes de basura y los arrojaron a los coches; pintaron la T en varios muros y entonaron a todo pulmón cánticos que degradaban al equipo del Monterrey y a toda su hinchada. Luego salieron por la saucespara dispersarse.
     No buscaban esa tarde el enfrentamiento, la correría fue nomás un mensaje.

LA PROPUESTA

No había tiempo ya. Román tuvo que tomar una decisión apresurada y visitar a Sara esa misma noche, estuviera o no Javi en casa. Ella le dijo por mensaje que ni se le ocurriera, pero le valió queso. De hecho, cuando Sara le envió el whatssapp, Román ya estaba arrojando piedritas al cristal de su ventana.
     Sara lo apresuró a entrar y a hablar casi en susurros. Antes de cerrar la persiana vio una sombra que se escabulló por el pasillo lateral de la casa. Se le fue a Sara el color de la cara, esperó un instante y escuchó luego el maullido de un gato que venía de esa dirección. Se convenció de que había sido el minino lo que vio y cubrió la ventana.
Le preguntó a Román que qué era tan importante como para aparecerse así en lugar de tratarlo por mensaje. Román se la cantó sin más, le dijo que tenían que irse cuanto antes y a donde fuera.
Y es que Román quería verle en la cara lo que ella respondería, quería saber de cierto si estaba dispuesta a dejarlo todo por él y bien se sabe que eso por Whatsapp no se aprecia.
     Sara se sacó un buen de onda. Todo era tan precipitado y no sabía qué responder.
     En ese momento se oyeron casi justo afuera de su cuarto las voces de Alan y Javi comentando un partido. Román y Sara quedaron en silencio, congelados, a la expectativa. Finalmente, las voces se alejaron.
     Román le dijo a Sara en una voz muy baja que las cosas ya no serían igual, que las barras iban a escalar de los trancazos al homicidio y que era sí o sí que se fueran de ahí a la de ya. Ambos se miraron fijamente y se sonrieron. Sara no tenía ni qué decir nada porque Román vio en sus ojos todo el amor del que era capaz esa morena. Supo desde el estómago que ella lo acompañaría a donde fuera y cuando fuera.
     Se despidieron con un beso largo y silencioso. Román salió por la ventana y ya en calles seguras se detuvo para enviar un mensaje a Sara: “te amo”.
     El Loko estaba todo emocionado, tanto volaba su cabeza que ya ni siquiera revisó si su amada contestaba. Por eso no notó que Sara lo dejó en visto.

TORCIDOS

Román trabajaba la mañana siguiente en el maquillaje de un zombi cuando sonó su celular. Era una llamada del número de Sara y se disculpó para contestar afuera del taller. Apenas alcanzó a decir al teléfono que “me leíste la mente, hermosa” cuando la voz inconfundible de Alan le cortó la frase. Román tapó la bocina del teléfono y gritó un ¡Putísima madre! que le vino desde los intestinos.
     Luego sin ambages precavió a Alan de lo que les pasaría si le tocaban un pelo a Sara. El quesque argentino se rio y le respondió que no era la idea tocarle nada a Sara; aunque no le faltaban ganas le parecía que la morra estaba ya chupada por el diablo; ni con pito ajeno y cosas por el estilo dijo Alan que se acercaría a ella. La morra estaba bien empinada con la barra de los Adictos y eso sí, necesitaban una satisfaición(así como lo escribí lo pronunció el greñudo adrede).  
Yo hoy lo sé, Alan estaba ardido, pero tampoco era un violador o golpeador de mujeres, y aparte quería de a devis a Sara. Por eso habían trazado un plan Javi y él. Uno en que la chantajearían a ella y a Román para chingarse bonito al Loko y que dejara el camino libre a Alan. Por otro lado, nunca les pasó por la mente peinarse con la barra para que Sara no fuera una apestada.
Alan le dijo a Román por teléfono que a Sara no le pasaría nada si él consistía en hacer dos cosas: tatuarse una M del Monterrey al revés en toda la espalda y largarse del barrio. Le dio como plazo para decidir las 8pm de ese mismo día y le dijo con todo el sarcasmo antes de colgar:
-Espero tu llamada y por cierto… yo también te amo.

EL PLAN DE ROMÁN

Román se fue directo a su casa luego de cortar la llamada. Ahí, sentado en su cama, permaneció varias horas, dándole vueltas en la mente a lo que debería de hacer. Al fin se puso a redactar una carta a mano y llamó a Fredy para citarlo por la tarde en el parque de la parroquia.
     Román le contó todo a Fredy y le pidió ayuda para llevar a cabo su plan. Fredy no estaba muy convencido y le sugirió que debía pensarlo mejor. Román le comentó que ya había pensado en todas las posibilidades y que en ninguna cabía siquiera la idea de tatuarse una puta M. Le dio a Fredy la carta que redactó y le pidió que esperara instrucciones por whatsapp.

LA CITA

Esa misma noche Sara permanecía custodiada por dos morras, amigas de Javi, en la sala de su propia casa. Ambas morras le describían cómo empalarían los de la barra a Román si ella no aceptaba abandonarlo, decirle que no lo quería, que cuando se iba por la ventana Alan entraba por la puerta y cosas de esas.
     Sara las veía con desprecio e insistía que prefería morir ella a decirle esas chingaderas a Román.
     Afuera de la casa estaban Alan, Javi y dos batos más esperando la llamada del enamorado. Lo tenían bien planeado para que Sara escuchara la conversación. Enlazado el celular a una bocina por bluetooth. Sonó el móvil a la hora fijada.
     Sara escuchó desde adentro la voz de Román que dijo:
     -Por favor no le hagan nada ¿Dónde los veo?
     Sara no pudo evitar las lágrimas y las morras que la custodiaban tuvieron que sostenerla porque trató de salir, gritando que no les hiciera caso, que no fuera a donde lo citaban.
     Alan le dijo a Román que le enviaría la dirección por whatsapp y colgó. El plan estaba ya en marcha, los cuatro adictos se subieron a un coche y arrancaron.
     Adentro, las morras le dejaron un celular sin saldo a Sara y antes de irse también le dijeron que estuviera atenta, chance y la barra le daría otra oportunidad para salvar a su pendejo.

EL DILEMA DE FREDY

Fredy estaba en casa de su morra cuando recibió el mensaje de Román. La cita sería en La farola, un rincón del parque natural Renacimiento, a las faldas del cerro. Román conocía bien el lugar y le dijo a Fredy que no sería necesaria la compañía de nadie. Eso sí, le pidió que por todos los medios posibles le hiciera llegar la carta a Sara, ya fuese por la ventana de su cuarto o con un disfraz por la puerta principal.
     Fredy se despidió de su morrita y se detuvo en la esquina de la cuadra. Una ruta llevaba a la casa de Sara, otra a La farola. Sacó la carta del bolsillo, la miró un buen rato y al fin se decidió. No podía quedarle mal a su camarada.

LA FAROLA

Los cuatro adictos llegaron al parque de la Rena algunos minutos antes de la hora fijada. Alan les dio instrucciones a los dos batos que los acompañaban y al cabo se dispersaron cada uno en una dirección distinta. Alan y Javi le dieron por una vereda oscura. La farola estaba en una parte hundida del terreno. Era la única luz que alumbraba ese paraje, el más profundo del parque. Alan y Javi permanecieron escondidos en lo alto de una loma, desde donde se podía ver hacía la farola sin ser vistos ellos; un escondite perfecto en la oscuridad.
     Román aparecería en cualquier momento, así que Alan decidió hacer la videollamada a Sara: comenzaba el espectáculo.
Sara estaba lavándose la cara en la cocina cuando sonó el celular. Lo miró con mucho miedo y contestó. En la pantalla apareció la cara de Alan que la saludaba como si no pasase nada.
     -Bueno, Sarita. Esta es la última llamada- Le dijo.
     Javi le pidió a Alan que mirara a la farola, alguien había llegado. Alan giró el celular y a Sara se le fue el alma cuando vio a Román en la pantalla, bajo esa pálida luz mercurial y rodeado por un montón de matones en lo oscuro. Javi chifló desde su escondite para recibir por respuesta otros dos chiflidos a lo lejos. Román se puso en guardia y miró por todas partes como un animal acorralado. La Sara se dejó caer en súplicas del otro lado del celular. Le decía a Alan que no le hicieran nada, que ella haría lo que él quisiera pero que no tocaran a Román, que lo dejaran irse. Alan sintió un gran placer en ver a esa morena que tantas veces lo desairó suplicar de rodillas, llorando y a su disposición. Y ahí estoy seguro que hubiera quedado todo si no fuera porque a Román se le ocurrió sacar la pistola. Todos se sacaron de onda bien machín, nadie se la esperaba.
     Román puso el cañón en su propia cabeza y les gritó que por favor no le hicieran nada a Sara, que ahí quedara todo. Alan y Javi estaban pasmados y antes que pudieran reaccionar los aturdió el estruendo del disparo. El cuerpo de Román quedó tendido bajo la farola. Ahora, tan estúpidos los dejó lo que acababan de ver que no escucharon los gritos de Sara en el teléfono.

    La morra lo había visto todo y le pegó una crisis bien violenta. Arrojó el celular contra la pared y se comenzó a frotar las manos como si las tuviera sucias. Rasguñó tanto sus brazos en el fregadero de la cocina que se abrió bien gacho la piel. Quiso su mala estrella que a la mano tuviera un cuchillo cebollero, lo agarró con un pulso tembloroso y colocó la punta del acero en su pecho. Concentró toda su energía en las piernas antes de lanzar su cuerpo contra uno de los muros de la cocina, donde fue a rebotar para caer de espalda en el suelo. Ahí recostada, con sus ojos cristalinos y los párpados bien abiertos, exhaló su último aliento, con el cuchillo bien atravesado en el pecho. *

     En el parque Alan y Javi no acababan de salir de la pendeja cuando vieron a un güey en ropa deportiva llegar hacia el cuerpo de Román. El bato le tocó la garganta para ver si seguía vivo y pidió a gritos ayuda, que alguien hablara a la ambulancia. El grito desencantó a Alan y a Javi, que huyeron sin cuidarse de hacer ruido entre los matorrales.

     Hasta este punto a lo mejor ya se las huelen que el güey en ropa deportiva que estaba junto al cuerpo de Román era Fredy, y que Román estaba tan vivo como cuando antes que aplicara la del disparo falso. Fredy le dijo, cuando supo que los Adictos habían huido, que ya podía levantarse. Como Lázaro, el de la biblia, Román se levantó de chingazo, se quitó una plasta de látex de la cabeza y agarró a Fredy de la camisa.

     -¡Pendejo! ¿Entregaste la carta? -le dijo.

     Fredy dijo que había tiempo; que cómo creía que lo iba a dejar ahí solo con esa bola de ojetes; que la llevaría justo en ese momento.

 

LA CARTA

Cuando Javi y Alan llegaron a la casa no esperaban ver la escena espeluznante del cadáver de Sara en el suelo. Javi la abrazó y gritó a Alan que pidiera ayuda, pero Alan estaba petrificado, conmovido hasta las lágrimas. No podía creer que no hubiera vida en ese rostro hermoso, cuyos ojos no parpadeaban y de cuya boca amoratada, exquisita y rosada hacía rato, resbalaba ahora un delgado hilillo de sangre.

     Ya visto desde lejos a todos les falló el plan. Román estuvo a punto de conseguirlo, de zafarse él y su morra de ese ciclo intenso de putazos mortales, si tan solo Fredy hubiera entregado la carta que avisaba a Sara, que le haría saber que el balazo sería de salva y la herida de látex, como las que él sabía recrear y que a ella le fascinaba quitarle.

 

JAVI Y FREDY

Hasta esta fecha, no hay año en que Freddy y Javi no visiten el panteón para saludarse y depositar sus flores mortuorias. Las de Javi, el rayado, adornan siempre la lápida cuyo epitafio reza:

“Aquí yace Sara, hermana que amó y fue amada”

Las de Fredy, el tigre, aquella otra a lado de la de Sara en que está escrito:

“Aquí yace Román, que murió dos veces, de la misma forma y en el mismo lugar”.

Porque esa otra noche, junto a la farola, Román lloraba como un niño desconsolado. No había ya enemigos grabándolo, ni un amigo cubriéndole la espalda; ya no estaba Sara en ninguna parte. Se puso el arma en la boca y ahora sí la descarga le voló los sesos. Su cuerpo fue encontrado tendido entre las hojas muertas del parque.  



Cuento derivado del guion para cine El Sacrificio, del mismo autor.

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AMOR Y BARRAS BRAVAS - un cuento de amor prohibido que te hará llorar

cuento de amor trágico y prohibido



Conocí a Javi y a Fredy en el panteón, ambos batos rondarán los 30s. Cada año coincidimos dado que yo voy a dejar flores a mis abuelos, que en paz descansen.
Lo que me llamó la atención de ellos es que parecen ser buenos amigos. Esto no debería ser raro, salvo el detalle de que Javi tiene el tatuaje de los Adictos en el hombro, la barra Rayada de la Renacimiento, y Fredy lleva el de los Lokos, la barra Tigre de la Orizaba.
Para quienes no estén al tanto, ambas barras se odian con todo el hígado. Aunque ya no tanto como antes, en que hasta hacían ritos violentos que involucraban darse a madrazos los unos con los otros.
Fredy y Javi me contaron que desde aquellos días se volvieron promotores de llevársela tranqui; de que ambas barras se puedan ver y dar la mano y que su apoyo a los equipos sea más festivo que violento.
Pero no siempre fueron así. He aquí lo que marcó su historia.

Los buenos parroquianos - un cuento de suspenso y acción

Mi noche de terror comenzó a la mejor hora para mí: a las 7pm, justo al salir del jale. Sabía de casos en los que choferes de Uber o Didi o de taxis atracaban o trataban de secuestrar a sus pasajeros, pero la neta nunca pensé que me tocaría a mí. Aunque, de hecho, lo que me sucedió no fue un secuestro, más bien una estupidez del conductor… Y mía, hay qué decirlo.
El uber me recogió justo en mi trabajo, sobre la avenida fundadores, cerca del parque para perros Rufino Tamayo. El flaco, que pasó esa noche a mejor vida, no era diferente a cualquier otro conductor con el que me hubiera tocado viajar antes, lo único fue esa decisión de tomar un atajo para rodear el congestionamiento de Río Nazas. Ya que lo pienso digo, a quién chingados se le ocurre. Aunque bueno, debo también admitir que yo le dije que sí, que lo que fuera con tal de avanzar más rápido.
Nos metimos por una diagonal que fue a dar a una calle inaccesible por un megabache que la abarcaba a todo lo ancho. Dicho sea de paso, si no hubiera estado ahí ese pozo el flaco estaría ahorita chingándole en su uber y yo contando otra cosa. El pedo fue que tuvimos que dar vuelta en una callejuela estrecha y a medio pavimentar; yo le dije que sí, que el mapa me marcaba una ruta alterna por ahí y que no había pedo, llegaríamos igual.
Toda la colonia, que no sé cómo se llama, esa noche parecía un pueblo fantasma, como si hubiera toque de queda. Ya a mitad de la callejuela por donde íbamos lo percibimos, estaba todo solo, oscurísimo, las farolas y focos de las casas apagadas. Le dije al buen compa que qué pedo, has de cuenta de madrugada, pero eran apenas como las 7:30.
A unos metros vimos un grupo de gente, o más bien sus siluetas porque apenas y se distinguían formas, el flaco echó las altas y notamos que eran unos batos que platicaban en la calle, en ese rato como que me reconfortó ver más gente, pero cuando se pusieron en medio del camino para evitarnos el paso y sacaron las pistolas pues ya se imaginarán. De nada le sirvió al flaco meter la reversa porque ya tras de nosotros una troca ocupaba el paso.
Se nos dejó venir, mentando madres, un greñudo con brazo enyesado. Nos gritaba “aquí van a valer verga, cabrones”. El flaco reaccionó demasiado rápido: para nuestra mala suerte a la derecha había un baldío que daba al río y le metió por ahí. A esa altura ya nos la estábamos rifando machín en todos los sentidos, el versa saltaba por lo gacho del terreno y ya se me hacía que nos atascábamos si no fuera porque el flaco (para su total desgracia) era bueno al volante, hizo dos tres maniobras entre la maleza y dimos a la orilla del río, por donde luego pudimos virar hacia una brecha llena de basura.
Al chile Monterrey está lleno de lugares que uno nunca se imaginaría ahí. A lo mejor ayudaba a eso que todo lo percibíamos nada más iluminado por una luna ralilla en el cielo, y que el flaco y yo íbamos como en trance por el miedo, apurados nomás por avanzar, aunque ni sabíamos a dónde. Estábamos como en medio de un valle, rodeado por lomas llenas de casas a medio construir, con techos de lámina y varillas de fuera en todas partes. Si no supiera que a ese lugar llegamos luego de desviarnos de Río Nazas, la neta no sabría en qué rincón del mundo nos encontrábamos.
Anduvimos un buen rato, haciendo camino entre los arbustos, la basura, y ascendiendo de a poquito la ladera. Ya no había casas, puro matorral y árboles chaparros. Y pues a huevo, ya que la sangre nos volvió al cerebro supimos cuán pinches habíamos valido verga. En medio de un terreno hostil hasta la madre, de noche y sin señal en el celular.
Lo único que se nos ocurrió fue seguir dándole, ambos imaginamos que, si no quedábamos atascados en el cerro, probablemente saldríamos a una brecha que nos acercaría a la indepe, a esa altura chance y al túnel o por ahí, la neta ni el compa ni yo sabíamos qué pedo, si íbamos o veníamos. Para que entiendan, ni en la vista de satélite del maps viene esa parte, o por lo menos nada que se le parezca desde las alturas.
Doblamos un recodo antes de dar con la que sería la tumba del flaco. Escuchamos música grupera y vimos un resplandor de luz amarilla a lo lejos, también notamos que olía a carne asada. El flaco dudó de si avanzar, decidimos medio esconder el carro entre unos arbustos y acercarnos a pie para ver si pedir ayuda ahí o mejor alejarnos. Lo que ahora pienso que fue otra grandísima pendejada. Pero la cosa es cómo piensa uno cuando le están pasando las cosas. Para un humilde godín como yo, al que en la vida todo era siempre promesa de que no había pedo, esa debía ser la parte de la noche en que llegábamos a un lugar seguro. Hasta me imaginaba con una cerveza en la mano mientras un buen parroquiano me palmeaba la espalda para espantarme el miedo que me tenía bien estúpido.
Nos acomodamos detrás de un risco gigante y miramos hacia el lugar iluminado. Las señales eran las correctas, o debían ser las correctas: era una especie de quinta muy bien construida, con asador y chimenea y una alberca no tan pequeña. Los “parroquianos” en cuestión eran un gringo que medio hablaba español, un cura (por la sotana más que nada), y un güero que se veía a todas luces de lana.
Se veía gente bien, pues. El flaco y yo supusimos que sin querer habíamos dado a una zona pudiente. No dudamos en acercarnos, o mejor dicho tratar de acercarnos porque alguien nos cayó por atrás justo cuando nos alejábamos de la peña; ¡PUAC! y todo quedó negro.
Yo creo que fui el primero en recuperar la conciencia, estaba amarrado a un poste, sentado en el suelo y con una bolsa negra en la cabeza. Reconocí las voces de “los parroquianos” de antes. Seguían hablando como si nada, echando chelas con música de Lalo Mora, preguntándose cómo habíamos llegado hasta ahí sin ser detectados. Uno de ellos dijo de mí, en un español mal pronunciado: “ya despertó el gordo”. Otra voz muy suave, como pidiendo un favor con mucha piedad dijo: “quítale la bolsa”. Otra voz, has de cuenta la del Samuel García, el influencer, dijo: “pues sí, pues total”. Hoy estoy convencido de que, a esa altura, ellos mismos no sabían lo que se les venía encima.
  Alguien me quitó la bolsa y vi a los tres sujetos en su prosaico pedo. Como si no estuviera ahí yo, ni el flaco en otro poste a unos metros de mí, amarrado como yo, pero con la cabeza encapuchada y caída entre los hombros. 
-A ver si despierta el güey. Le diste con todo, mi toro-. Dijo el güero a un individuo enorme que sostenía un cuerno de chivo y al que yo no había visto antes.  
 Se va a oír bien gacho, pero yo creo que van a coincidir conmigo, lo mejor fue que el flaco ya no despertara, ahora sí que como dijo el mirrey: “Pues total”. Porque no había el tal Toro terminado de sonreír con orgullo cuando se apagaron las luces y la música. Las voces de los tres parroquianos cambiaron su tonito valeverguero y se velaron con el estruendo de la balacera que se dejó venir.
Hagan de cuenta que estábamos en una disco, donde no se oye nada por el ruido y todo se ve en cámara lenta por las luces que se prenden y apagan una y otra vez. Sólo que aquí las luces y el ruido venían de ráfagas de armas automáticas. Estuvo bien mercenaria la escena, pero el peor recuerdo que guardo fue el de la cabeza del flaco volando en pedazos por una explosión que casi me alcanza a mi también.
Yo creo que fue la adrenalina la que me hizo encontrar fuerzas en esa carnicería. Chance también el toro no me había amarrado bien a mí. El caso es que me liberé luego de estirar con todo mi cuerpo contra el tubo donde estaba. La balacera se terminó en el acto y quedó todo en silencio, por eso me fui despacio y arrastrándome por el suelo ¿A dónde? Como antes había pasado, a donde fuera.
Quiso mi buena estrella que diera a una especie de acequia, chance un canal hecho para que corriese a través de la construcción un venero del cerro. Quién sabe, todo estaba bien pinches oscuro. Sólo recuerdo con certeza que a poco de dejar tras de mí la quinta, se volvieron a encender las luces. Yo seguía a rastras para alejarme cuando escuché un grito: “uno vivo acá”. Luego como dicen poray patitas pa qué las quiero. Me levanté y corrí bajo una lluvia de metralla que de puro milagro no me tocó.
En ese punto iba de bajada. Y pues así, sin luz y forzando mi terror la zancada era de a huevo que iba a dar un mal paso. Caí un buen trecho por una pendiente, casi en picada hasta dar de espalda con un montón de basura. Las balas se oían más lejos. Seguro los batos se sacaron de onda porque en ese tramo de nuevo todo estaba a oscuras y sólo había de dos: o estaba allá arriba, escondido, o me había matado la caída.
Como sabrán, había una tercera posibilidad, que la basura amortiguara el putazo. Me quedé ahí un buen rato, entre ratas y cucarachas, entre pañales, toallas sanitarias, desechos orgánicos y sabrá Dios cuanta mierda más.
Cuando lo calculé prudente, me moví entre los desechos cual tlacuache, hasta alejarme lo suficiente. Llegué así hasta el lecho del río, desde donde de nuevo se veían las casas en las lomas. La balacera no había terminado, estruendos intermitentes se seguían escuchando a lo lejos y el lugar parecía seguir en toque de queda.  Lo único es que ya había luz mercurial en las calles.
Desde la oscuridad de una enramada me aventuré a meterme a la colonia. Chingue a su madre, si ya había llegado hasta ahí seguro la suerte me alcanzaba para encontrar la avenida y largarme. Avancé pegado a las paredes, siempre entre las sombras de los callejones, los árboles en las banquetas y los coches. Como supondrán, lo único que buscaba era moverme, dar con una vía principal, un rincón desde donde se pudiera ver una referencia como edificios o panorámicos.
Estaba a punto de ganar una esquina bien iluminada cuando escuché la troca. Me metí debajo de un camión de volteo y me arrinconé lo mejor que pude en una llanta. Echado en el suelo, vi a unos cuantos metros de mí a unos niños, también escondidos debajo de un coche. La troca pasó a rajamadre por la esquina iluminada, luego vimos a unos 3 batos que salían de entre las sombras: uno bajaba de un techo, otro salía de un callejón, aquél desde el vano de la puerta de una casa abandonada. Todos embozados y con armas en las manos. Se juntaron en la esquina, bajo la farola, y luego de unos minutos de nuevo se medio escondieron.

Yo debí tener una jeta de culo con la que no podía, porque los niños debajo del carro me trataban de calmar con ademanes, me pedían silencio. Chance me adivinaron las ganas que tenía de salir corriendo.

No tardó en escucharse una voz que se acercaba a donde estábamos, desde la calle por donde había venido la troca. Era el gringo que gritaba en Perfecto inglés “I´m a fucking american, you pieces of shit”. Lo vimos pasar por la esquina como si anduviera por su casa, con un perro a su lado. El bato estaba todo ensangrentado, tenía en una mano un rifle y en otra una botella de tennessee. Se paró con desconfianza en medio de la calle, porque el perro empezó a gruñir. “Good dog” Oí decir al gringo que aguzaba la mirada. El perro había descubierto a los niños. “Get him, boy” Dijo y el perro se lanzó hacia ellos.

Uno de los chavitos salió corriendo, yo digo que heroicamente para desviar la atención del animal de los otros que estaban con él. Pero no avanzó mucho el chiquillo porque una bala del americano le voló los sesos. Ahí todo sucedió en fracciones de segundo. El gringo al ver que era un niño al que había disparado se llevó una mano a la cabeza. Su perro fue acribillado igual, casi al instante, yo creo que por los compas embozados. Y a él, el gringo, una bala le voló primero el brazo, luego otra el pecho y ya en el suelo fue un montón de carne que la metralla repartía en mil pedazos.

Uno de los embozados salió de su escondite y revisó si el niño baleado seguía vivo, se agachó para ver debajo de donde había salido y, a huevo, de paso me vio a mí todo culeado en mi escondite.

Me arrastré para salir por la parte de atrás del camión y volví a correr. “Ya está” me dije en ese rato, “hasta aquí llegué”. Porque eran apenas unos metros los que me separaban del gatillero. Di vuelta en un callejón y brinqué como no sabía que podía brincar, casi creo que pasé sobre un bocho apenas tocándolo con un pie. Driblé botes y bolsas de basura en una casi total oscuridad y ya se me hacía que me pelaba cuando di con mi cabeza en el fierro de un protector de ventana.

Antes de perder el conocimiento, tirado en la banqueta, vi a los 3 embozados que me apuntaban con sus armas, parados junto a mí. A su lado llegó un cuarto bato al que reconocí, era el greñudo de brazo enyesado que al principio de nuestro atajo nos dijo a mí y al flaco que ya habíamos valido verga. Se acercó para mirarme bien y decidí dejarme ir, cerré los ojos y respiré el que creí sería mi último aliento: estaba en paz conmigo, había hecho lo que podía para sobrevivir.

Desperté ya entrada la mañana en el callejón. La calle en la que desembocaba era al parecer una de las principales: llena de pequeños establecimientos comerciales y con un denso trajín de gente.  A mi cabeza adolorida fueron llegando poco a poco los recuerdos de la noche anterior; el contraste con ese panorama de parroquianos haciendo el súper, esperando el camión en las esquinas, reparando llantas ponchadas, era tan increíble que pensé de verdad que había pasado a otra vida.

También poco a poco comprendí que los embozados me la habían perdonado. Que su violencia no era nomás porque sí. Sabían sobre quiénes iban y, lo comprendí después, no reconocieron en mí al enemigo. Tan es así que me dejaron hasta el celular y la billetera con todo lo que traía.

Me levanté y caminé entre esa buena gente que ojalá no tuvieran que lidiar con tanta bala, con tantos muertos y desaparecidos, condenados a ser daño colateral, carne de cañón. En las noticias principales se hablaba separadamente de un agente de no sé qué agencia gringa desaparecido en la ciudad; de un cura ejecutado por haberse negado a dar la extremaunción a un capo; de la jornada violenta de la víspera que atribuyeron a rivalidades entre los dos cárteles que se disputan la plaza y del lamentable secuestro de un empresario “altruista”.

Sólo en un diario sensacionalista, en un pequeño rincón de la sección de nota roja, se leía que a un niño lo había matado una bala perdida. Un numerito más para la estadística de la que puntualmente, la columna daba cuenta.  






Este cuento forma parte de la antología:  Ni tan ficciones


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