Caminas con un cierto ritmo, no diría bailable pero sí meneado; y además tus pasos tienen siempre una cierta tonada, una frecuencia regular que termina afinándose con los cláxones y los ladridos, los golpes de cincel y el freno con motor de los tráileres. Me traes la música, mujer, y me dejas el silencio cuando me besas la mejilla y te vas. Lo prefiero así a desgastarnos juntos entre estas paredes: no me quiero acostumbrar a tenerte siempre aquí, a escucharte siempre igual.
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