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12 de julio de 2020 ▼ Indiferencia


gato negro recostado en azulejo

Nos vimos durante un buen rato. No, es más, perdí la noción del tiempo, habría podido ser un día entero o un minuto apenas. ¿Por qué? Me pregunté yo, por qué tenemos qué hacer esto cada que nos encontramos. Y ella, pequeño insecto, parecía cuestionar lo mismo. No, es más, estoy seguro que cuestionaba lo mismo. ¿Por qué?

      Desde hoy por la tarde, las moscas para mí han perdido relevancia. Cada vez más me vuelvo como mi hermana, ese fardo peludo apático. 

30 06 2020 ⚫ Higiene

Diario de un gato

No se por qué se escandalizan cuando me ven lamer mis partes. Seguro que si pudieran también lo hacían.


Diario de un gato 🔥 Chiflón

El calor es horrendo, se cierne sobre mí como el abrazo impetuoso de mi esclava, sofocante y opresivo.
      No hay rincón en el que se pueda estar a gusto a menos que sople la cara blanca y alargada en lo alto del muro. La mayor parte del día reposo en calidad de bulto, la tarde me suele encontrar en el ángulo de alguna pared, pegado mi lomo al suelo, las patas apuntando al techo. De suerte una corriente de aire acaricia mi pelaje por entre ellas; ah, un suave soplo árido que peine mi barriga y me haga la jornada.

Diario de un gato - Pechorrojo

Soy un gato negro, como lo profundo de una caverna; los celulares no me enfocan a menos que tenga abiertos los ojos, y me puedo camuflar con facilidad en la penumbra de una ventana, o de un rincón, o una repisa.
      Me desplazo entre los muebles como una sombra derramada tras los pies de quien la proyecta, pero yo soy autónomo, si acaso una proyección del universo, un milagro concentrado en un espacio mínimo.
      A veces, cuando el sol incide en mi pelaje de raso, en mi pecho se puede distinguir un reflejo rojizo. Por ello uno de mis muchos nombres es Pechorrojo.

Diario de un gato - Pechorrojo

Soy un gato negro, como lo profundo de una caverna; los celulares no me enfocan a menos que tenga abiertos los ojos, y me puedo camuflar con facilidad en la penumbra de una ventana, o de un rincón, o una repisa.
      Me desplazo entre los muebles como una sombra derramada tras los pies de quien la proyecta, pero yo soy autónomo, si acaso una proyección del universo, un milagro concentrado en un espacio mínimo.
      A veces, cuando el sol incide en mi pelaje de raso, en mi pecho se puede distinguir un reflejo rojizo. Por ello uno de mis muchos nombres es Pechorrojo.

Diario del Gato: 31 de marzo de 2020

Tenía solo un par de minutos antes de que volvieran. Porque siempre vuelven, más pronto en estos días.
Subí a la barra a la que no puedo subir con ellos merodeando por aquí, llené de huellas los azulejos blancos del mosaico, trepé a las repisas sin ningún cuidado (no había tiempo) y llegué hasta ella.
Todo lo tengo prohibido según mis esclavos, pero no es mas que por su fuerza estorbosa, una convención pactada sin mi voto. Naturalmente, nada me prohíbe nada.
Tiré la caja al lado de los frascos rotos que mi prisa me obligó a empujar. Bajé, la abrí con el hocico y después de dos semanas me entregué a mi crápula. Rasgué cada bolsa de plástico hecha bola, las llené de agujeros y las desparramé a lo largo de la cocina y de la sala.
Jugué con ellas hasta saciarme, oh Dios, qué minutos más felices.
Yo no entenderé nunca por qué es que guardan estos pedazos de tersura exquisita en una caja de cartón, por qué vedármelos.
Tenía sólo un par de minutos. Cuando llegaron, mi sed saciada estaba fuera de su alcance. Me hallaron recostado bajo la ventana que da al sur, recibiendo la tímida caricia de un vientecillo. Su ausencia valió cada nalgada. 

Diario del Gato: 31 de marzo de 2020

Tenía solo un par de minutos antes de que volvieran. Porque siempre vuelven, más pronto en estos días.
Subí a la barra a la que no puedo subir con ellos merodeando por aquí, llené de huellas los azulejos blancos del mosaico, trepé a las repisas sin ningún cuidado (no había tiempo) y llegué hasta ella.
Todo lo tengo prohibido según mis esclavos, pero no es mas que por su fuerza estorbosa, una convención pactada sin mi voto. Naturalmente, nada me prohíbe nada.
Tiré la caja al lado de los frascos rotos que mi prisa me obligó a empujar. Bajé, la abrí con el hocico y después de dos semanas me entregué a mi crápula. Rasgué cada bolsa de plástico hecha bola, las llené de agujeros y las desparramé a lo largo de la cocina y de la sala.
Jugué con ellas hasta saciarme, oh Dios, qué minutos más felices.
Yo no entenderé nunca por qué es que guardan estos pedazos de tersura exquisita en una caja de cartón, por qué vedármelos.
Tenía sólo un par de minutos. Cuando llegaron, mi sed saciada estaba fuera de su alcance. Me hallaron recostado bajo la ventana que da al sur, recibiendo la tímida caricia de un vientecillo. Su ausencia valió cada nalgada. 

Diario del Gato: 19 de febrero de 2020

Lo veo pasar las horas sentado con el libro en sus manos, perdida su mirada torpe en él, a través de esas gafas rayadas y chuecas. A veces levanta la cabeza y ya no ve; los minutos pasan entonces sobre una mueca pasmada, ida; sobre un bulto inútil y extrañado. Yo descanso en su regazo y lo observo con la misma conmiseración y ternura con las que él me ve cuando busco tras la pantalla de la TV o de la Tablet los malditos y escurridizos pescados ¿Cómo diablos se mueven así los pescados? me vuelven loco.

Diario del Gato: 19 de febrero de 2020

Lo veo pasar las horas sentado con el libro en sus manos, perdida su mirada torpe en él, a través de esas gafas rayadas y chuecas. A veces levanta la cabeza y ya no ve; los minutos pasan entonces sobre una mueca pasmada, ida; sobre un bulto inútil y extrañado. Yo descanso en su regazo y lo observo con la misma conmiseración y ternura con las que él me ve cuando busco tras la pantalla de la TV o de la Tablet los malditos y escurridizos pescados ¿Cómo diablos se mueven así los pescados? me vuelven loco.

Diario del Gato: 15 de febrero de 2020


La arena bajo la que entierro mis desechos es diferente. No aglutina, y está conformada por trozos de piedra más que por granos; las migajas húmedas y con ese horrendo olor concentrado de atapulgita y silicato de calcio me hacen perder las ganas incluso de comer. Un detalle de esos basta para arruinar el día de cualquiera. Lo peor es que durará por lo menos una semana antes que sea desechada en su totalidad. Lo que hay qué sufrir.

Diario del Gato: 15 de febrero de 2020


La arena bajo la que entierro mis desechos es diferente. No aglutina, y está conformada por trozos de piedra más que por granos; las migajas húmedas y con ese horrendo olor concentrado de atapulgita y silicato de calcio me hacen perder las ganas incluso de comer. Un detalle de esos basta para arruinar el día de cualquiera. Lo peor es que durará por lo menos una semana antes que sea desechada en su totalidad. Lo que hay qué sufrir.

Diario del Gato: 10 de febrero de 2020

Hoy fue un día caluroso y, como es costumbre, mis humanos dejaron el calentador ya apagado bajo la ventana angosta que mira hacia el sur. Me gusta sentarme ahí y sentir el viento de la tarde. Nadie sabe de la fruición que me trae su caricia de primavera prematura. Aunque los días vienen cada vez más con un aire envenenado.

Diario del Gato: 10 de febrero de 2020

Hoy fue un día caluroso y, como es costumbre, mis humanos dejaron el calentador ya apagado bajo la ventana angosta que mira hacia el sur. Me gusta sentarme ahí y sentir el viento de la tarde. Nadie sabe de la fruición que me trae su caricia de primavera prematura. Aunque los días vienen cada vez más con un aire envenenado.

Diario del gato: 06 de febrero de 2020


Hay quien dice que soy un gato esclavista porque constantemente refiero como a tales a quienes se dicen mis amos.
Con todo respeto, pero en ninguna de mis 7 vidas le daré la patita a ningún bípedo que se proclame mi dueño; ni haré caso cuando me llamen por el nombre que me han asignado; ni dejaré de rasgar su sillón preciado; ni abandonaré mis siestas sobre las almohadas, o sus mochilas, o sus ropas; ni un largo etcétera.
Que los llame esclavos no es más que una ironía, un nivel al que desciendo para darme a entender en estos párrafos. Todo gato, y de hecho todo ser viviente que no sea el humano, está por encima de esas mezquindades.

Diario del gato: 06 de febrero de 2020


Hay quien dice que soy un gato esclavista porque constantemente refiero como a tales a quienes se dicen mis amos.
Con todo respeto, pero en ninguna de mis 7 vidas le daré la patita a ningún bípedo que se proclame mi dueño; ni haré caso cuando me llamen por el nombre que me han asignado; ni dejaré de rasgar su sillón preciado; ni abandonaré mis siestas sobre las almohadas, o sus mochilas, o sus ropas; ni un largo etcétera.
Que los llame esclavos no es más que una ironía, un nivel al que desciendo para darme a entender en estos párrafos. Todo gato, y de hecho todo ser viviente que no sea el humano, está por encima de esas mezquindades.

Diario del gato: 30 de enero de 2020


Tengo que maullar mucho al lado de la puerta hasta que por fin la abren, salgo al pasillo oscuro y me atrevo a penetrar la oscuridad que a veces trae sorpresas: un vecino que llega, una entidad de esa dimensión a la que sólo un instinto félido tiene acceso, una criatura de aguijón y muchas patas. Llego hasta la puerta principal y olisqueo la abertura que deja debajo, cerca de la batiente el cubrepolvo está roto y por ahí aguzo mi vista; entonces lo veo, ahí está de nuevo ese gato de la calle, a la espera de la gris moteada. A pesar del frío, de la señora que los envenena, de los bípedos que sueltan patadas, firme, terco, inamovible. Me maravilla y me conmueve a pesar de que yo no puedo saber qué lo motiva, ni de ese fuego animal que lo consume, no conozco ni puedo conocer lo que mis esclavos llaman el acto del amor carnal: estoy castrado.  

Diario del gato: 30 de enero de 2020


Tengo que maullar mucho al lado de la puerta hasta que por fin la abren, salgo al pasillo oscuro y me atrevo a penetrar la oscuridad que a veces trae sorpresas: un vecino que llega, una entidad de esa dimensión a la que sólo un instinto félido tiene acceso, una criatura de aguijón y muchas patas. Llego hasta la puerta principal y olisqueo la abertura que deja debajo, cerca de la batiente el cubrepolvo está roto y por ahí aguzo mi vista; entonces lo veo, ahí está de nuevo ese gato de la calle, a la espera de la gris moteada. A pesar del frío, de la señora que los envenena, de los bípedos que sueltan patadas, firme, terco, inamovible. Me maravilla y me conmueve a pesar de que yo no puedo saber qué lo motiva, ni de ese fuego animal que lo consume, no conozco ni puedo conocer lo que mis esclavos llaman el acto del amor carnal: estoy castrado.  

Diario del gato: 27 01 2020

A veces, mis esclavos me confunden con una mochila en el suelo, o ropa oscura hecha bola en un sillón. Una vez ella le ofreció un sobre de salmón a una bota con peluche, y él casi se tuvo que caer para evitar pisar una sudadera sucia en el suelo. Solo mi hermana sabe siempre donde estoy, y no se equivoca.