El calor es horrendo, se cierne sobre m铆 como el abrazo impetuoso de mi esclava, sofocante y opresivo.
No hay rinc贸n en el que se pueda estar a gusto a menos que sople la cara blanca y alargada en lo alto del muro. La mayor parte del d铆a reposo en calidad de bulto, la tarde me suele encontrar en el 谩ngulo de alguna pared, pegado mi lomo al suelo, las patas apuntando al techo. De suerte una corriente de aire acaricia mi pelaje por entre ellas; ah, un suave soplo 谩rido que peine mi barriga y me haga la jornada.
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