Lo veo pasar las horas sentado con el libro en sus manos, perdida su mirada
torpe en él, a través de esas gafas rayadas y chuecas. A veces levanta la
cabeza y ya no ve; los minutos pasan entonces sobre una mueca pasmada, ida; sobre
un bulto inútil y extrañado. Yo descanso en su regazo y lo observo con la misma
conmiseración y ternura con las que él me ve cuando busco tras la pantalla de
la TV o de la Tablet los malditos y escurridizos pescados ¿Cómo diablos se
mueven así los pescados? me vuelven loco.
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