Como ya dije, trabajaba frente a
la pantalla, era la única persona en la segunda planta, pero sentía que alguien
me miraba desde la oscuridad del pasillo. Me levanté y, efectivamente, vi una
figura de espaldas, delgada y alta, cargando algo en sus brazos, justo afuera
de la habitación. No podía ser otra persona que mi esposa, supuse que habría
subido por algo. Le iba a hablar cuando noté que, cosa increíble, la figura frente
a mí no se apoyaba en el suelo, más bien levitaba. Agucé el oído, mi mujer
platicaba en el piso de abajo muy alegremente. ¿Qué cosa tenía ante mí
entonces? Antes de atinar a contestarme nada la entidad avanzó hacia las
escaleras, alejándose de mí. Decidí acercarme a ella con sigilo, para tratar de
asirla y averiguar sus intenciones, pero un detalle me hizo alterar el plan: reconocí
en el bulto que llevaba en sus brazos a mi bebé de un año. Me abalancé entonces
con violencia, ya sin miramientos, y le arrebaté al niño. Tropecé y casi fui a
dar al suelo, resbalando por los peldaños. A la altura del descanso, cuando ya
había recuperado el equilibrio, las luces se encendieron y me encontré con la
ligera carga del bebé en mis brazos, sus manecitas aferradas a mis hombros;
pero nada más, de la entidad delgada no veía rastro.
Al oír el ajetreo mi esposa
había encendido la luz. Me preguntó si todo estaba bien, había asustado a todos
abajo con el escándalo. Fui descendiendo de espaldas a ella, no quería quitar
el ojo del piso de arriba porque temía que el intruso siguiera ahí. Al llegar
abajo, aún concentrado en la escalera, le dije a mi cónyuge que tuviera
cuidado, que había alguien en la casa y que lo mejor era salir, que debíamos
llamar a la policía para que la registrara. Cuando finalmente la miré me
petrifiqué, ella tenía en sus brazos a mi bebé, y abrazada a sus piernas me
miraba mi niña. ¿A quién entonces traía cargado yo? ¿Qué era ese ligero peso
que se apretaba a mí con una fría delicadeza? Cuando lo aparté violentamente ya
no tenía vida, no era más que una sábana y ropa de mi niño echa bola en mis
manos. Las caras de mi vecina y mi esposa no cabían del asombro. ¿Qué carajo me
había sucedido?
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