La bestia - una historia de terror

 

un zombi camina por una calle oscura


Recuerdo a Saúl y su acoso. Cuando regresaba a casa, era de ley, siempre debía estar atenta a los rincones oscuros, donde solía esconderse para espiarme. Ya tenía semanas de no tomarme fotos, pero en ocasiones aparecía un mensaje en el cofre del coche del vecino, dibujado en el polvo, y yo debía voltear para todas partes y cerciorarme que no anduviera por ahí mirándome. 

    De él debo decir que, a pesar del incomodo, me parecía una buena persona, tal vez un poco trastornado y desvalido, me transmitía con sus ojillos evasivos un dolor interior muy profundo, no sé, como si le hubieran hecho algo muy feo. Por esa razón nunca creí necesario denunciarlo.

    Por otro lado, está Chebo, como yo le decía. Este se me apareció primero por la esquina de la cuadra de atrás, entre la hierba crecida del terreno en venta. Era ya de noche y no le pude ver el rostro, pero sentía su mirada. Me provocó esa vez una sensación fría en todo el cuerpo, un miedo que no había sentido jamás. Otra tarde me sacó el susto de mi vida cuando trataba yo de abrir la reja de mi casa, estaba oscurísimo y no había luz mercurial, como casi siempre. Traía yo la cena en una de mis manos y trataba de maniobrar con la otra para abrir el candado cuando sentí de nuevo su presencia. La impresión me dejó en shock, aunque ni siquiera pude ubicar desde dónde me espiaba. Se va a escuchar increíble, pero mi miedo no era el que usualmente siento cuando alguien me acosa. Siempre he sido capaz de distinguir cuando me desnudan con los ojos, cuando les hierve la sangre por tocarme el culo, pero en esa ocasión no era eso. Ante Chebo siempre me sentí desnuda del alma, no sé cómo decirlo, me venían unas ganas súbitas de encontrar consuelo espiritual, había algo frío en el ambiente cuando se aparecía. Al fin pude salir del shock y me apresuré a quitar el candado con ambas manos, dejando en el suelo mi cena.

    Esa noche sí marqué a la policía. Mandaron una patrulla a dar un recorrido por la cuadra y luego de un par de horas el agente me dio el pormenor de su infructuosa búsqueda: ahí afuera no había nadie.

    Días después la cosa dio un giro. Era muy de mañana, todavía parecía de noche. Me dirigía a la ecovía cuando vi de reojo una silueta. Crucé la acera para alejarme de ella y creí haberla perdido. Más adelante se me apareció de nuevo, parada en uno de los cruces más tenebrosos de la colonia. No se movió salvo para encender un cigarro y recargarse en el muro. Mis alternativas eran muy pocas: vivo sola, todo está muy caro, tengo deudas, no podía siquiera pensar en llegar tarde al trabajo. Claro está que por sobre todo eso la vida es mucho más preciosa, pero a una la educan para no darle prioridad: la lucha por la vida es lo urgente; la vida misma puede esperar o se puede dejar en el camino si es necesario. En fin. Esa mañana, cuando estuve ya a la altura de la silueta, pude establecer un par de cosas: era un hombre y tenía toda la intención de asaltarme. De nada me sirvió acelerar el paso, el tipo se me abalanzó y me sometió con una navaja apuntando a mi cuello. En el oído me susurró que tenía suerte, mientras me apretaba con una de sus manos el pecho. Si gritaba, decía, ya sabía dónde iba a enterrar la navaja. Me lamía la oreja el maldito asqueroso cuando escuchamos una voz gutural y muy profunda a unos metros de donde estábamos. Chebo se acercaba de una manera apresurada, berreando y arrastrando uno de sus pies, alzando los brazos hacia el frente. Parecía ansioso de alcanzarnos, pero era obvio que no podía ir más rápido. El bestia que me había sometido me soltó y huyó despavorido, ni siquiera trató de enfrentarlo. Como la noche frente a mi barandal, yo me quedé un instante en shock, viendo cómo en la oscuridad Chebo se acercaba cada vez un poco más hasta tenerme al alcance de sus brazos, pero no parecía interesado en mí, siguió de largo tras el lacra de mi agresor.

***  


   Podrás leer esta historia completa en Tentacle Pulp, con el título de Bestia Urbana




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