Conocí a Javi
y a Fredy en el panteón, ambos batos rondarán los 30s. Cada año coincidimos dado que yo voy a dejar
flores a mis abuelos, que en paz descansen.
Lo
que me llamó la atención de ellos es que parecen ser buenos amigos. Esto no
debería ser raro, salvo el detalle de que Javi tiene el tatuaje de los Adictos
en el hombro, la barra Rayada de la Renacimiento, y Fredy lleva el de los
Lokos, la barra Tigre de la Orizaba.
Para
quienes no estén al tanto, ambas barras se odian con todo el hígado. Aunque ya
no tanto como antes, en que hasta hacían ritos violentos que involucraban darse
a madrazos los unos con los otros.
Fredy
y Javi me contaron que desde aquellos días se volvieron promotores de llevársela
tranqui; de que ambas barras se puedan ver y dar la mano y que su apoyo a los
equipos sea más festivo que violento.
Pero
no siempre fueron así. He aquí lo que marcó su historia.
LA RIÑA
Todo comenzó
con la iniciación de Javi, hará algunos 7 años. Para obtener su tatuaje rayado
y ser parte de los Adictos, un hincha debía tener un padrino dentro de la barra,
vencer en una pelea cuerpo a cuerpo a un rival y quitarle su camiseta.
Esa
tarde los adictos se metieron a la Orizaba por la calle sopladores. Sabían que
a esa hora el Pelón, de los Lokos, chateaba en el ciber de Don Riky. Tres
adictos lo sacaron a la calle, donde Javi esperaba para aventarse el tiro uno a
uno.
El
Pelón agarró onda de volada, vio a Javi y se burló porque Javi estaba entonces
bien flaco, no que el Pelón, que estaba bien mamado. A parte era bueno pa los
putazos. Besó el escudo del equipo tigres en su camiseta y se puso en guardia.
Javi
se le dejó ir con todo, pero el Pelón lo sentó de un chingazo bien puesto. Los Adictos,
que rodeaban a los contendientes, pensaron que ya había valido madres. Pero Javi
se paró como si nada. El bato era y sigue siendo “igual de duro que un clavo”,
como Brad Pitt en la peli de Snatch.
Para
no hacer largo el cuento, Javi aprovechó la confianza excesiva del Pelón y de
un movimiento certero lo tumbó. Para mala suerte del tigre, su cabeza dio con
la orilla de la banqueta y quedó casi noqueado; dos tres chingadazos que le
ajustó Javi ya en el suelo bastaron para dejarlo fuera de combate.
Alan,
que era el padrino de Javi en la barra adicta (un güey de greña larga y
quesque argentino), le pasó unas tijeras a Javi para que le quitara la
lima al Pelón. Estaba en eso el rayado cuando Pelón, con lo que le quedaba de
fuerza, lo mordió en la mejilla. Tuvieron que meterse todos para desprenderlo
porque Pelón lo prendió cual tigre, y aunque Javi le dejó ir las tijeras por un
costado Pelón le terminó arrancando un buen trozo de cachete.
Los
adictos se ensañaron en serio; no les bastó la enfierrada, le dejaron caer una
lluvia de patines entre todos, le reventaron una piedra en la cabeza y lo
encueraron antes de salir corriendo.
El
cuerpo inerte de Pelón quedó tendido en el suelo, cuasimuertoenpelotas.
LA HERMANA
Ese mismo día,
ya por la noche, Alan acompañó a Javi a su casa. Más que nada porque Alan
quería saludar a Sara, la hermana de Javi.
Cuando
llegaron ella preparaba un sándwich.
Era
Sara una morrita muy hermosa. Morena, de largo cabello quebrado, con un cuerpo
firme y exquisito a la vez. Alan la pretendía descaradamente, aunque con
respeto. Se le acercaba cada que podía para cortejarla. Javi se quedó jugando Xbox
mientras Alan le decía a Sara cosas que la hacían reír. Se diría que Sara le
daba también entrada con miradas coquetas y provocativas.
Le
pidió ayuda para que sostuviera un refresco mientras ella llevaba los sándwiches
en un plato. Se dirigió a su cuarto y Alan, tras ella, pensó que esa noche era
ya por fin su noche. Pero ya en la habitación, una vez que ella abrió la puerta
con la mano libre, le quitó el refresco y se despidió; prácticamente le cerró
la puerta en la jeta a Alan.
Aunque
este ya sabía a qué atenerse con Sara, porque casi siempre lo bateaba luego de
coquetearle, sintió gacho en el orgullo esa vez. Dio media vuelta y le dijo a Javi
que ya era hora de irse. Este apagó el xbox y ambos salieron de la casa.
Pero
Sara tenía un secreto. Apenas constató que estaba sola, abrió la ventana de su
cuarto para que entrara Román. Ese sí su amor, su amante, su novio prohibido.
ROMÁN
Y he aquí el
último personaje de este cuadro trágico. Román era un bato carismático, macizo
y de algunos 20 años. Leal y sincero, trabajador y artista (hacía
maquillaje FX para una casa productora de cine). Sara lo quería de a devis. Solo
que no podía quererlo de forma oficial porque algo en Román la cagaba
grandemente: vivía en la Orizaba y llevaba el tatuaje del equipo Tigres en su
brazo derecho.
Solía
Román escabullirse por la ventana de Sara en las noches y a ella siempre le
divertía quitarle heridas falsas: mordidas de zombis, vísceras putrefactas,
nervios a flor de piel que Román bien sabía recrear con látex. Pero siempre, era
de a ley, se agüitaba al verle el tatuaje de Tigres, que no se podía quitar con
salivita.
Esa
noche Sara le pidió por vez primera que la sacara de ahí, que se la llevara a
vivir lejos de toda esa violencia y que abandonara a los Lokos. Cada vez le
daba más miedo que Javi, Alan o alguien de la otra hinchada los pudiera
descubrir.
Román
sí lo hubiera hecho, cualquiera lo podría jurar, porque la quería incluso más
que a su barra.
LOS LOKOS
Estaban los
Lokos afuera del hospital universitario, todos agüitados por su camarada el
Pelón. Román saludó a cada uno de abrazo y casi la mayoría se alegró de verlo;
sólo Fredy lo miró enojado. Lo separó del grupo y lo cagó porque se estaba
sordeando, ya llevaba días que no caía a la base. Pero lo cagó más que nada
porque (al fin su mejor amigo), sabía por qué se estaba sordeando.
Fredy
le dijo que debía tener cuidado, ahora que Javi había dejado medio muerto a
Pelón, debía cuidarse el doble para evitar que nadie se enterara de su relación
con Sara, por el bien de Román y por el bien de ella. Y la peor noticia, la
barra de Lokos quería a Román para desquitarse, para partirle en su madre a Javi,
con fierro de por medio.
Román
hizo como que entendía, como que aceptaba y preguntó por Pelón para cambiar el
tema. Fredy le informó que Pelón se la rifaba en ese rato entre la vida y la
muerte. Que estaba aún en terapia intensiva y que el Dr. le dijo a la familia que,
cuando despertaba, parecía que lo único que le dolía era verse despojado de la lima.
Esa misma tarde los Lokos se metieron a la Rena
por la magnolia. Con Román y Fredy al frente. Patearon a todos los que se les
atravesaron; volcaron muchos botes de basura y los arrojaron a los coches; pintaron
la T en varios muros y entonaron a todo pulmón cánticos que degradaban al
equipo del Monterrey y a toda su hinchada. Luego salieron por la sauces
para dispersarse.
No buscaban esa tarde el enfrentamiento, la
correría fue nomás un mensaje.
LA
PROPUESTA
No había
tiempo ya. Román tuvo que tomar una decisión apresurada y visitar a Sara esa
misma noche, estuviera o no Javi en casa. Ella le dijo por mensaje que ni se le
ocurriera, pero le valió queso. De hecho, cuando Sara le envió el whatssapp,
Román ya estaba arrojando piedritas al cristal de su ventana.
Sara lo apresuró a entrar y a hablar casi
en susurros. Antes de cerrar la persiana vio una sombra que se escabulló por el
pasillo lateral de la casa. Se le fue a Sara el color de la cara, esperó un
instante y escuchó luego el maullido de un gato que venía de esa dirección. Se convenció
de que había sido el minino lo que vio y cubrió la ventana.
Le
preguntó a Román que qué era tan importante como para aparecerse así en lugar
de tratarlo por mensaje. Román se la cantó sin más, le dijo que tenían que irse
cuanto antes y a donde fuera.
Y
es que Román quería verle en la cara lo que ella respondería, quería saber de
cierto si estaba dispuesta a dejarlo todo por él y bien se sabe que eso por
Whatsapp no se aprecia.
Sara se sacó un buen de onda. Todo era tan
precipitado y no sabía qué responder.
En ese momento se oyeron casi justo afuera
de su cuarto las voces de Alan y Javi comentando un partido. Román y Sara
quedaron en silencio, congelados, a la expectativa. Finalmente, las voces se
alejaron.
Román le dijo a Sara en una voz muy baja que
las cosas ya no serían igual, que las barras iban a escalar de los trancazos al
homicidio y que era sí o sí que se fueran de ahí a la de ya. Ambos se miraron
fijamente y se sonrieron. Sara no tenía ni qué decir nada porque Román vio en
sus ojos todo el amor del que era capaz esa morena. Supo desde el estómago que
ella lo acompañaría a donde fuera y cuando fuera.
Se despidieron con un beso largo y
silencioso. Román salió por la ventana y ya en calles seguras se detuvo para
enviar un mensaje a Sara: “te amo”.
El Loko estaba todo emocionado, tanto
volaba su cabeza que ya ni siquiera revisó si su amada contestaba. Por eso no notó
que Sara lo dejó en visto.
TORCIDOS
Román
trabajaba la mañana siguiente en el maquillaje de un zombi cuando sonó su
celular. Era una llamada del número de Sara y se disculpó para contestar afuera
del taller. Apenas alcanzó a decir al teléfono que “me leíste la mente,
hermosa” cuando la voz inconfundible de Alan le cortó la frase. Román tapó la
bocina del teléfono y gritó un ¡Putísima madre! que le vino desde los
intestinos.
Luego sin ambages precavió a Alan de lo que
les pasaría si le tocaban un pelo a Sara. El quesque argentino se rio y le
respondió que no era la idea tocarle nada a Sara; aunque no le faltaban ganas
le parecía que la morra estaba ya chupada por el diablo; ni con pito ajeno y
cosas por el estilo dijo Alan que se acercaría a ella. La morra estaba bien
empinada con la barra de los Adictos y eso sí, necesitaban una satisfaición
(así como lo escribí lo pronunció el greñudo adrede).
Yo
hoy lo sé, Alan estaba ardido, pero tampoco era un violador o golpeador de
mujeres, y aparte quería de a devis a Sara. Por eso habían trazado un plan Javi
y él. Uno en que la chantajearían a ella y a Román para chingarse bonito al Loko
y que dejara el camino libre a Alan. Por otro lado, nunca les pasó por la mente
peinarse con la barra para que Sara no fuera una apestada.
Alan
le dijo a Román por teléfono que a Sara no le pasaría nada si él consistía en
hacer dos cosas: tatuarse una M del Monterrey al revés en toda la espalda y largarse
del barrio. Le dio como plazo para
decidir las 8pm de ese mismo día y le dijo con todo el sarcasmo antes de
colgar:
-Espero
tu llamada y por cierto… yo también te amo.
EL PLAN DE
ROMÁN
Román se fue
directo a su casa luego de cortar la llamada. Ahí, sentado en su cama,
permaneció varias horas, dándole vueltas en la mente a lo que debería de hacer.
Al fin se puso a redactar una carta a mano y llamó a Fredy para citarlo por la
tarde en el parque de la parroquia.
Román le contó todo a Fredy y le pidió
ayuda para llevar a cabo su plan. Fredy no estaba muy convencido y le sugirió
que debía pensarlo mejor. Román le comentó que ya había pensado en todas las
posibilidades y que en ninguna cabía siquiera la idea de tatuarse una puta M.
Le dio a Fredy la carta que redactó y le pidió que esperara instrucciones por
whatsapp.
LA CITA
Esa misma
noche Sara permanecía custodiada por dos morras, amigas de Javi, en la sala de
su propia casa. Ambas morras le describían cómo empalarían los de la barra a
Román si ella no aceptaba abandonarlo, decirle que no lo quería, que cuando se
iba por la ventana Alan entraba por la puerta y cosas de esas.
Sara las veía con desprecio e insistía que
prefería morir ella a decirle esas chingaderas a Román.
Afuera de la casa estaban Alan, Javi y dos
batos más esperando la llamada del enamorado. Lo tenían bien planeado para que Sara
escuchara la conversación. Enlazado el celular a una bocina por bluetooth. Sonó
el móvil a la hora fijada.
Sara escuchó desde adentro la voz de Román
que dijo:
-Por favor no le hagan nada ¿Dónde los veo?
Sara no pudo evitar las lágrimas y las
morras que la custodiaban tuvieron que sostenerla porque trató de salir,
gritando que no les hiciera caso, que no fuera a donde lo citaban.
Alan le dijo a Román que le enviaría la
dirección por whatsapp y colgó. El plan estaba ya en marcha, los cuatro adictos
se subieron a un coche y arrancaron.
Adentro, las morras le dejaron un celular
sin saldo a Sara y antes de irse también le dijeron que estuviera atenta,
chance y la barra le daría otra oportunidad para salvar a su pendejo.
EL DILEMA
DE FREDY
Fredy estaba
en casa de su morra cuando recibió el mensaje de Román. La cita sería en La
farola, un rincón del parque natural Renacimiento, a las faldas del cerro.
Román conocía bien el lugar y le dijo a Fredy que no sería necesaria la
compañía de nadie. Eso sí, le pidió que por todos los medios posibles le
hiciera llegar la carta a Sara, ya fuese por la ventana de su cuarto o con un
disfraz por la puerta principal.
Fredy se despidió de su morrita y se detuvo
en la esquina de la cuadra. Una ruta llevaba a la casa de Sara, otra a La
farola. Sacó la carta del bolsillo, la miró un buen rato y al fin se decidió.
No podía quedarle mal a su camarada.
LA FAROLA
Los cuatro
adictos llegaron al parque de la Rena algunos minutos antes de la hora fijada. Alan
les dio instrucciones a los dos batos que los acompañaban y al cabo se
dispersaron cada uno en una dirección distinta. Alan y Javi le dieron por una
vereda oscura. La farola estaba en una parte hundida del terreno. Era la única
luz que alumbraba ese paraje, el más profundo del parque. Alan y Javi
permanecieron escondidos en lo alto de una loma, desde donde se podía ver hacía
la farola sin ser vistos ellos; un escondite perfecto en la oscuridad.
Román aparecería en cualquier momento, así
que Alan decidió hacer la videollamada a Sara: comenzaba el espectáculo.
Sara
estaba lavándose la cara en la cocina cuando sonó el celular. Lo miró con mucho
miedo y contestó. En la pantalla apareció la cara de Alan que la saludaba como
si no pasase nada.
-Bueno, Sarita. Esta es la última llamada-
Le dijo.
Javi le pidió a Alan que mirara a la
farola, alguien había llegado. Alan giró el celular y a Sara se le fue el alma
cuando vio a Román en la pantalla, bajo esa pálida luz mercurial y rodeado por
un montón de matones en lo oscuro. Javi chifló desde su escondite para recibir
por respuesta otros dos chiflidos a lo lejos. Román se puso en guardia y miró
por todas partes como un animal acorralado. La Sara se dejó caer en súplicas
del otro lado del celular. Le decía a Alan que no le hicieran nada, que ella
haría lo que él quisiera pero que no tocaran a Román, que lo dejaran irse. Alan
sintió un gran placer en ver a esa morena que tantas veces lo desairó suplicar
de rodillas, llorando y a su disposición. Y ahí estoy seguro que hubiera
quedado todo si no fuera porque a Román se le ocurrió sacar la pistola. Todos
se sacaron de onda bien machín, nadie se la esperaba.
Román puso el cañón en su propia cabeza y
les gritó que por favor no le hicieran nada a Sara, que ahí quedara todo. Alan
y Javi estaban pasmados y antes que pudieran reaccionar los aturdió el
estruendo del disparo. El cuerpo de Román quedó tendido bajo la farola. Ahora,
tan estúpidos los dejó lo que acababan de ver que no escucharon los gritos de Sara
en el teléfono.
La morra lo
había visto todo y le pegó una crisis bien violenta. Arrojó el celular contra
la pared y se comenzó a frotar las manos como si las tuviera sucias. Rasguñó
tanto sus brazos en el fregadero de la cocina que se abrió bien gacho la piel. Quiso
su mala estrella que a la mano tuviera un cuchillo cebollero, lo agarró con un pulso
tembloroso y colocó la punta del acero en su pecho. Concentró toda su energía
en las piernas antes de lanzar su cuerpo contra uno de los muros de la cocina, donde
fue a rebotar para caer de espalda en el suelo. Ahí recostada, con sus ojos
cristalinos y los párpados bien abiertos, exhaló su último aliento, con el
cuchillo bien atravesado en el pecho. *
En el parque Alan y Javi no acababan de
salir de la pendeja cuando vieron a un güey en ropa deportiva llegar hacia el
cuerpo de Román. El bato le tocó la garganta para ver si seguía vivo y pidió a
gritos ayuda, que alguien hablara a la ambulancia. El grito desencantó a Alan y
a Javi, que huyeron sin cuidarse de hacer ruido entre los matorrales.
Hasta este punto a lo mejor ya se las
huelen que el güey en ropa deportiva que estaba junto al cuerpo de Román era
Fredy, y que Román estaba tan vivo como cuando antes que aplicara la del
disparo falso. Fredy le dijo, cuando supo que los Adictos habían huido, que ya
podía levantarse. Como Lázaro, el de la biblia, Román se levantó de chingazo,
se quitó una plasta de látex de la cabeza y agarró a Fredy de la camisa.
-¡Pendejo! ¿Entregaste la carta? -le dijo.
Fredy dijo que había tiempo; que cómo creía
que lo iba a dejar ahí solo con esa bola de ojetes; que la llevaría justo en
ese momento.
LA CARTA
Cuando Javi y Alan
llegaron a la casa no esperaban ver la escena espeluznante del cadáver de Sara
en el suelo. Javi la abrazó y gritó a Alan que pidiera ayuda, pero Alan estaba
petrificado, conmovido hasta las lágrimas. No podía creer que no hubiera vida
en ese rostro hermoso, cuyos ojos no parpadeaban y de cuya boca amoratada,
exquisita y rosada hacía rato, resbalaba ahora un delgado hilillo de sangre.
Ya visto desde lejos a todos les falló el
plan. Román estuvo a punto de conseguirlo, de zafarse él y su morra de ese
ciclo intenso de putazos mortales, si tan solo Fredy hubiera entregado la carta
que avisaba a Sara, que le haría saber que el balazo sería de salva y la herida
de látex, como las que él sabía recrear y que a ella le fascinaba quitarle.
JAVI Y
FREDY
Hasta esta
fecha, no hay año en que Freddy y Javi no visiten el panteón para saludarse y
depositar sus flores mortuorias. Las de Javi, el rayado, adornan siempre la
lápida cuyo epitafio reza:
“Aquí yace Sara,
hermana que amó y fue amada”
Las
de Fredy, el tigre, aquella otra a lado de la de Sara en que está escrito:
“Aquí yace
Román, que murió dos veces, de la misma forma y en el mismo lugar”.
Porque
esa otra noche, junto a la farola, Román lloraba como un niño desconsolado. No
había ya enemigos grabándolo, ni un amigo cubriéndole la espalda; ya no estaba
Sara en ninguna parte. Se puso el arma en la boca y ahora sí la descarga le
voló los sesos. Su cuerpo fue encontrado tendido entre las hojas muertas del
parque.
Cuento derivado del guion
para cine El Sacrificio, del mismo autor.
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