Paranormal # 2

 


Era la gran noche, mi compa me había hablado de ella: toda luz se apagaría, incluso la de las estrellas, solo perduraría una tenue fosforescencia emanada de las plantas.

Era la gran noche, el apagón me agarró cuando regresaba del trabajo, el celular en la mano se me murió, la oscuridad se me pegó a todo el cuerpo como una manta húmeda y no pude divisar nada sino hasta que mis ojos pudieron acostumbrarse a la tenue luz magentosa. El silencio era igual de sólido, parecía que tuviera dos manos oprimiendo mis orejas, solo percibía una especie de sonido sordo, como si estuviera bajo el agua.

Entre la tiniebla y el silencio me apresuré a casa. Una sola cosa me importaba: mi abuela, mi madre adoptiva, la mujer que me crio y me entregó su tiempo.

Conforme avanzaba un sentimiento de tristeza se apoderó de mí, me daba cuenta que, si lo que mi compa me había dicho era cierto, ya nada sería lo mismo, y toda la humanidad sucumbiría ante las sombras. "Las sombras" decía, y el terror le deformaba las facciones. Yo tuve que hacerme una idea de las mentadas sombras a partir de esas muecas amorfas, porque nunca quiso describírmelas.

El aire se me fue cuando vi la puerta de mi casa abierta, expuesta sin más a los peligros de la gran noche. Entré y las lágrimas se me salieron cuando vi a mi viejecita sentada en el sofá, con su expresión ausente, como en estado catatónico. La sacudí con delicadeza, le pedí que me hablara, pero no respondió a ningún estímulo. Y si antes sentía tristeza ahora me doblaba la desesperanza y el vacío. Mi vieja, la mujer más devota a la virgen, a los santos, la más estricta observadora de los ritos sacros, no me podía dar el consuelo que necesitaba entonces. Terminé pues de reafirmarme en mi ateísmo y me senté aterrado junto a ella, esperando a lo que fuera que el destino hubiese prescrito que cruzara nuestra puerta.

Un viento comenzó a silbar afuera e hizo batir las puertas en sus marcos de aluminio; las ventanas temblaban en sus rieles y mi desconsuelo pasaba de la angustia hacia el terror. Junto a un olor putrefacto me llegó el rumor de una letanía incomprensible, mascullada, aguda, abundante en erres violentas, golpeadas, trituradas entre dientes que adiviné hórridos, afilados de odio. Al cabo mis ojos pudieron contemplar una figura esbelta, avanzando como a tientas en la oscuridad. Las fosas de su nariz afilada se henchían, devoraban el aire en busca seguramente de mi olor. Su piel era completamente blanca, arrugada y flácida en algunas partes; no tenía ojos ni orejas, pero parecía verme con claridad en esa la gran noche; me increpaba en una lengua que no reconocí y se acercaba cada vez con más seguridad. Pronto el tono agudo fue quedando atrás, la voz se le volvía rasposa y grave a cada uno de sus pasos torpes. El pavor me venció, me paralizó y comencé a gritar, todo el desconsuelo cabía en mis alaridos, suplicaba y le pedía a mi abuela que despertara, que me echara una bendición con sus manos arrugadas y tibias, que hiciera algo para que se fuera esa horrible sensación de espanto. Pero lo único que logré fue enloquecer a la criatura, que comenzó también a gritar con una voz infernal, arremedando mis ruegos, pero a la vez burlándose, ensañándose en mi pena. Así, entre risas y gritos, llegó hasta el sillón y trepó sobre mí, sostuvo con sus dos garras mi cabeza y abrió sus babosas fauces, estrellándome sus carcajadas en la cara. Desde la negrura de su hocico emanó una lengua serpentina, que comenzó a restregarme una baba apestosa en todo el rostro. A esa altura yo quedé rebasado, mi conciencia cedió y no supe ya de mí.

Cuando desperté había "amanecido", parecía un día gris, lleno de niebla, frío. Mi cabello se había vuelto blanco y junto a mí yacía el cadáver de mi vieja. Tenía una expresión serena, como si hubiese muerto en paz. Luego de llorar su pérdida, abrazado a su cabeza nevada, me asomé a la ventana. Oía alaridos y llanto por todas partes. En las alturas, colgados como cuerpos en la horca, había mujeres y hombres retorciéndose de sufrimiento. No pude ver de dónde pendían porque la niebla lo impedía, pero oscilaban gracias a un viento gélido que lo envolvía todo. Pronto supe que en realidad no había amanecido, la luz que creí del día emanaba de cuatro fuentes gigantescas en el cielo. Quise asomarme, sacar mi cabeza por la ventana, pero una especie de muro invisible me lo impedía. Calculo que llevo el equivalente de un par de días encerrado en mi propia casa y he caído en la cuenta de que, tal vez, la gran noche no es más que la invasión de criaturas extraterrestres, que muchos han muerto en el primer contacto y que algunos otros hemos sido capturados. Deduzco pues que soy un prisionero marcado por la asquerosa lengua de una criatura sobrenatural para vaya a saber qué fines. El tiempo y un resto de voluntad apenas me han alcanzado para escribir estas breves líneas, si alguien las encuentra, sepa que mi nombre fue…

Paranormal # 1


E
ra de noche, pero no muy tarde. Trabajaba frente a mi computadora de escritorio en la habitación de arriba. Tenemos dos hijos, una niña de cuatro años y un bebé de uno, y todo el tiempo llenan la casa con sus vocecillas. Esa noche podía oír a la pequeña abajo, jugaba con una vecinita mientras mi esposa platicaba con su mamá en la sala.

                Como ya dije, trabajaba frente a la pantalla, era la única persona en la segunda planta, pero sentía que alguien me miraba desde la oscuridad del pasillo. Me levanté y, efectivamente, vi una figura de espaldas, delgada y alta, cargando algo en sus brazos, justo afuera de la habitación. No podía ser otra persona que mi esposa, supuse que habría subido por algo. Le iba a hablar cuando noté que, cosa increíble, la figura frente a mí no se apoyaba en el suelo, más bien levitaba. Agucé el oído, mi mujer platicaba en el piso de abajo muy alegremente. ¿Qué cosa tenía ante mí entonces? Antes de atinar a contestarme nada la entidad avanzó hacia las escaleras, alejándose de mí. Decidí acercarme a ella con sigilo, para tratar de asirla y averiguar sus intenciones, pero un detalle me hizo alterar el plan: reconocí en el bulto que llevaba en sus brazos a mi bebé de un año. Me abalancé entonces con violencia, ya sin miramientos, y le arrebaté al niño. Tropecé y casi fui a dar al suelo, resbalando por los peldaños. A la altura del descanso, cuando ya había recuperado el equilibrio, las luces se encendieron y me encontré con la ligera carga del bebé en mis brazos, sus manecitas aferradas a mis hombros; pero nada más, de la entidad delgada no veía rastro.

                Al oír el ajetreo mi esposa había encendido la luz. Me preguntó si todo estaba bien, había asustado a todos abajo con el escándalo. Fui descendiendo de espaldas a ella, no quería quitar el ojo del piso de arriba porque temía que el intruso siguiera ahí. Al llegar abajo, aún concentrado en la escalera, le dije a mi cónyuge que tuviera cuidado, que había alguien en la casa y que lo mejor era salir, que debíamos llamar a la policía para que la registrara. Cuando finalmente la miré me petrifiqué, ella tenía en sus brazos a mi bebé, y abrazada a sus piernas me miraba mi niña. ¿A quién entonces traía cargado yo? ¿Qué era ese ligero peso que se apretaba a mí con una fría delicadeza? Cuando lo aparté violentamente ya no tenía vida, no era más que una sábana y ropa de mi niño echa bola en mis manos. Las caras de mi vecina y mi esposa no cabían del asombro. ¿Qué carajo me había sucedido?

                Desde entonces ya no he podido conciliar el sueño, y se ha corrido la voz de que estoy perdiendo el juicio. Poco a poco mi vida se ha visto encandilada por una luz blanca y mortecina que lo inunda todo, una niebla que me empaña cada vez más la vista.  



twitter.com/LuisCerceta

La bestia - una historia de terror

 

un zombi camina por una calle oscura


Recuerdo a Saúl y su acoso. Cuando regresaba a casa, era de ley, siempre debía estar atenta a los rincones oscuros, donde solía esconderse para espiarme. Ya tenía semanas de no tomarme fotos, pero en ocasiones aparecía un mensaje en el cofre del coche del vecino, dibujado en el polvo, y yo debía voltear para todas partes y cerciorarme que no anduviera por ahí mirándome. 

    De él debo decir que, a pesar del incomodo, me parecía una buena persona, tal vez un poco trastornado y desvalido, me transmitía con sus ojillos evasivos un dolor interior muy profundo, no sé, como si le hubieran hecho algo muy feo. Por esa razón nunca creí necesario denunciarlo.

    Por otro lado, está Chebo, como yo le decía. Este se me apareció primero por la esquina de la cuadra de atrás, entre la hierba crecida del terreno en venta. Era ya de noche y no le pude ver el rostro, pero sentía su mirada. Me provocó esa vez una sensación fría en todo el cuerpo, un miedo que no había sentido jamás. Otra tarde me sacó el susto de mi vida cuando trataba yo de abrir la reja de mi casa, estaba oscurísimo y no había luz mercurial, como casi siempre. Traía yo la cena en una de mis manos y trataba de maniobrar con la otra para abrir el candado cuando sentí de nuevo su presencia. La impresión me dejó en shock, aunque ni siquiera pude ubicar desde dónde me espiaba. Se va a escuchar increíble, pero mi miedo no era el que usualmente siento cuando alguien me acosa. Siempre he sido capaz de distinguir cuando me desnudan con los ojos, cuando les hierve la sangre por tocarme el culo, pero en esa ocasión no era eso. Ante Chebo siempre me sentí desnuda del alma, no sé cómo decirlo, me venían unas ganas súbitas de encontrar consuelo espiritual, había algo frío en el ambiente cuando se aparecía. Al fin pude salir del shock y me apresuré a quitar el candado con ambas manos, dejando en el suelo mi cena.

    Esa noche sí marqué a la policía. Mandaron una patrulla a dar un recorrido por la cuadra y luego de un par de horas el agente me dio el pormenor de su infructuosa búsqueda: ahí afuera no había nadie.

    Días después la cosa dio un giro. Era muy de mañana, todavía parecía de noche. Me dirigía a la ecovía cuando vi de reojo una silueta. Crucé la acera para alejarme de ella y creí haberla perdido. Más adelante se me apareció de nuevo, parada en uno de los cruces más tenebrosos de la colonia. No se movió salvo para encender un cigarro y recargarse en el muro. Mis alternativas eran muy pocas: vivo sola, todo está muy caro, tengo deudas, no podía siquiera pensar en llegar tarde al trabajo. Claro está que por sobre todo eso la vida es mucho más preciosa, pero a una la educan para no darle prioridad: la lucha por la vida es lo urgente; la vida misma puede esperar o se puede dejar en el camino si es necesario. En fin. Esa mañana, cuando estuve ya a la altura de la silueta, pude establecer un par de cosas: era un hombre y tenía toda la intención de asaltarme. De nada me sirvió acelerar el paso, el tipo se me abalanzó y me sometió con una navaja apuntando a mi cuello. En el oído me susurró que tenía suerte, mientras me apretaba con una de sus manos el pecho. Si gritaba, decía, ya sabía dónde iba a enterrar la navaja. Me lamía la oreja el maldito asqueroso cuando escuchamos una voz gutural y muy profunda a unos metros de donde estábamos. Chebo se acercaba de una manera apresurada, berreando y arrastrando uno de sus pies, alzando los brazos hacia el frente. Parecía ansioso de alcanzarnos, pero era obvio que no podía ir más rápido. El bestia que me había sometido me soltó y huyó despavorido, ni siquiera trató de enfrentarlo. Como la noche frente a mi barandal, yo me quedé un instante en shock, viendo cómo en la oscuridad Chebo se acercaba cada vez un poco más hasta tenerme al alcance de sus brazos, pero no parecía interesado en mí, siguió de largo tras el lacra de mi agresor.

***  


   Podrás leer esta historia completa en Tentacle Pulp, con el título de Bestia Urbana




Novela ya a la venta



La Cruz del Norte
los asesinatos del Hombre Pájaro
Novela negra, un thriller ¿sobrenatural?

Aquí van a encontrar romance, suspenso, intriga, misterio...

Adquiere el ebook vía facebook en $50.00 MX 

o en Amazon por $75.00 MX


Próxima novela

La Cruz del Norte, los asesinatos del Hombre Pájaro, novela policiaca de Luis Cerceta, ya está lista. En cuestión de días la podrán adquirir en Amazon, en versión impresa o ebook.

Estaremos regalando una edición especial de la verisón Ebook, estén atentos.



cover_cruz_norte


Equilibrio

Caminas con un cierto ritmo, no diría bailable pero sí meneado; y además tus pasos tienen siempre una cierta tonada, una frecuencia regular que termina afinándose con los cláxones y los ladridos, los golpes de cincel y el freno con motor de los tráileres. Me traes la música, mujer, y me dejas el silencio cuando me besas la mejilla y te vas. Lo prefiero así a desgastarnos juntos entre estas paredes: no me quiero acostumbrar a tenerte siempre aquí, a escucharte siempre igual.

La regla

Engañarnos. Esa fue la base de todo, el código que legitimó ocho años de abrirnos heridas. Así se nos formó, en la de ver para otro lado, meter bajo el tapete la mugre, por eso nos pareció normal. Cuánto nos hubiésemos ahorrado con detenernos un poco y pensar; y reescribir la Carta no escrita. De haber explorado un cierto grado de sinceridad no tendría la jeta afligida de tanto gesto chismoso, signos delatores de mil tormentos.