Nada había más
gris que esa barda en ese cruce, ni los ocasos de semana santa en la Madero,
tercos de nubarrones; ni los ojos de Gabriel en el retrato desvaído de la sala.
Quizá eran las bodegas abandonadas, los baches, los camiones de doble remolque
y su estridencia; nada más gris y lo peor era tener que pasar cada día por ahí.
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