Tuve ganas de ir al baño, salí al
atrio de la iglesia y pregunté a un morro en donde estaban los retretes. El
compi me dijo que justo a la vuelta, a un costado de la iglesia: "pasando
la última puerta abres el barandal y entras".
Seguí las instrucciones y nada.
El barandal que me dijo estaba cerrado con candado y no parecía estar
habilitado desde hacía tiempo. Decidí preguntar de nuevo. Justo entonces
apareció él.
Un señor de algunos cuarenta y
tantos años, del tipo rudo: bigote espeso, moreno, de hablar norteño y fuerte.
Adivinó mis motivos:
-Están haciendo remodelaciones,
los baños están a la vuelta, tienes qué rodear toda la iglesia ¿sí me
entiendes?
Le agradecí y le dije que sí, di
media vuelta. Luego insistió.
-Hasta el otro lado de la manzana
¿sí me entiendes?
Se me hizo rara su insistencia,
pero volví a asentir. Y propuso como quien acepta hacer algo con fastidio y por
obligación.
-Mira, si quieres te guío.
-Nombre, no hay necesidad, señor.
Yo los busco –dije.
-Yo te guío, al cabo tengo
tiempo.
Asentí, después de todo sería
fastidioso andar preguntando en dónde quedan los baños. Pasamos por una puerta
que daba acceso a una torre.
-Mira, ahí puedes venir cuando
quieras, a vivir –me dijo.
Yo miré y no agarré onda. Volví a
mirar y noté que justo arriba de la puerta una leyenda rezaba: camino al cielo.
-Ahí puedes vivir a gusto ¿sí me
entiendes? –insistió.
Entonces comprendí, era el acceso
a los osarios de la iglesia.
-¡Ah! –Exclamé- Pues no soy parte
de la iglesia, no sé qué se requiera para descansar ahí uno sus cenizas.
-Una lana ¿sí me entiendes? Pero
lo mejor es bajo el pasto. Aunque sólo Dios sabe. Yo ando pa arriba y pa abajo,
por toda la república, quién sabe dónde vaya a terminar yo –me compartió.
-¿Trabaja aquí en la iglesia?
–interrogué distraídamente, sin entusiasmo, sin interés, buscando hacia
adelante los baños.
-Trabajo de transportista, ando en
todas partes. Soy como el diablo.
En este punto lo miré, creí que
bromeaba, pero en su cara estaba toda la seriedad. Me extrañó de hecho tanta
seriedad.
-De repente me aparezco ¿sí me
entiendes?
Aquí no supe qué contestarle. Y
comencé a pensar que el tipo estaba chiflado; o peor, que era un criminal que
me quería raptar para quitarme los órganos. La violencia e inseguridad de los
últimos años también están ahí, junto a cristo y el diablo, en los escombros
que constituyen mi sique.
-Ahí están los baños –señaló.
Reconocí el lugar, un salón que
es parte de la iglesia, muchos años atrás nos tocó a mí y a unos amigos asistir
ahí a una kermese que organizó la parroquia. Mucha gente entraba y salía con la
premura del que quiere desahogar sus riñones. Me tranquilicé y dije gracias.
El ñori se fue y pensé para mis
adentros: <<Si así fuese, que ese señor fuese el innombrable, el enemigo
de cristo y de la iglesia, entonces es un tipo muy amable>>.
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